Sería imprescindible discurrir hasta hallar una fórmula legal (o de presión legítima) que impidiera las programaciones que perpetran las televisiones generalistas en Nochevieja. Son todas ellas refritos de mondongos, gallinejas apestosas que nos adentran sin más en la Edad Media más embarrada. Huye el talento de las pantallas, despavorido por la crecida del mal gusto y la chocarrería. La mediocridad cafre y analfabeta gana por goleada, en tanto que la ciudadanía alocada huye a las fiestas más increíbles armada de matasuegras y con unas ganas enormes de darle al garrafón.
Pero no sólo se exceden las televisiones en esa jornada al límite. Hasta el mismo día de San Silvestre llegan los ecos alucinados de las palabras imposibles de nuestros políticos. También ellos se muestran ayunos de inteligencia. Pudiera ser que el esfuerzo enorme de una interminable campaña electoral les haya dejado lisas las meninges, comentan socarrones algunos analistas políticos; pero no creo que tanta torpeza sea consecuencia del cansancio, más bien obedece a una sobrevenida sequedad de neuronas o, quizás, a un ataque de pánico colectivo ante el panorama político que se les presenta tras el 20D y que deben despejar (?) necesariamente.
Rajoy venderá el retal de alma que le queda con tal de formar el Gobierno que sea, pues de lo contrario los suyos le ejecutarán políticamente en alguno de los despachos vacíos que dejó Bárcenas; Iglesias quisiera ser el mago Juan Tamariz para hacer desaparecer del diccionario la palabra referéndum y esa frase como un dardo: «derecho a decidir». Rivera se esconde como si la tierra le hubiera hecho caso cuando dijo «tierra trágame» tras la llamada de Rajoy.
¿Y los socialistas? Éstos, que tenían (y mantienen) la llave de la gobernanza de España absteniéndose en la investidura de Rajoy, después de haberle exigido todo, o pueden buscar alianzas con Podemos y otros hasta desnudar los andamiajes que cubren los ropones de esa izquierda, van y proclaman que son inevitables nuevas elecciones. No han pensado (o quizá sí, lo que sería aún peor) que éstas les llevarían sin remedio a ser un partido (casi) insignificante.
Ojalá todo este torrente de declaraciones y proclamas sea parte de la necesaria liturgia empleada por todos antes de entenderse en acuerdos parlamentarios o de gobierno; de lo contrario este país nuestro debería atarse los machos pues sólo crecerán la derecha y la izquierda duras. A ver cómo nos manejamos después sin un partido que imponga moderación y cordura.