Cuento de Navidad

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz
Teresa Muñiz
Teresa Muñiz

Es una preadolecente de apenas 12 años, rubilla, delgada y muy atenta a la lámina del voluminoso blog sobre el que dibuja. El sol del medio día de invierno entra casi horizontal y bailarín por los ventanales del restaurante Casa de Valencia. A la joven dibujante y a todos los que comemos en las mesas próximas a la luz del día, nos llueven sus copos de oro transparente y nos acarician las leves sombras que proyectan las ramas más finas, casi escobadas, que coronan los enormes árboles que reinan en el paseo madrileño de Rosales.

Sus ojos están atentos a todo pero el foco central de su nervio observa el plato de paella a medio acabar que está terminando de
dibujar. Maite, la colega que me acompaña, más próxima a su mesa, no puede detener en el pecho por más tiempo la admiración que le produce (y nos inunda) el afán de la niña y el torrente de preguntas que se le atropella en la garganta.
– ¡Qué precioso el dibujo!. ¡Serás una pintora excelente!

La niña vuelve lentamente la cara hacia ella y sonríe sin dejar de mover el carboncillo sobre esa parte del plato vacío en el que sólo queda el recuerdo de dos o tres granos de arroz perdidos y los regueros mínimos de aceite pegado.

– Gracias, dibujo desde siempre, desde que se murió Licui, el pez que me regaló mi abuelo Tono. Lo pinté para que no se me olvidara nunca.

Maite ve el cielo abierto. ¡Además de dibujar como los ángeles, habla como un poeta!

– Entonces dibujas para vencer el olvido.

– No sé, dibujo lo que tengo más cerca y se va a acabar o perder. Por ejemplo, los platos de comida antes de terminarlos.

-Vamos, que tú no haces fotografías de los platos de comida, como tantas personas, para enviarlas a amigos y familiares y darles envidia

– Las fotografías no me gustan, todas son iguales y tú no haces nada más que fijar una imagen y apretar el dedo.

El abuelo Tono atento a la rápida conversación tercia:

– Ana tiene montañas de dibujos en su casa, la mía y la de la sierra.
Cuando acabe la ESO estudiará Bellas Artes.

– No te adelantes, abuelo, que antes tengo que comprobar muchas cosas, ¿sabes?. Por ejemplo, el color del arroz que hemos comido hoy es muy diferente al que tomamos en Los Molinos y la paella es la misma, de mariscos.

– Observo que dibujas platos de comida sobre todo.

– Sí, pero no. Desde la ventana de mi habitación he cazado con el lápiz a muchas hojas que vuelan, a palomas que se picotean y a las mujeres cuando se pierden por las esquinas. Mi madre dice que me da pena que se acaben las cosas, que quiero detenerlas.

Se vuelve hacia nuestra mesa y pasa ante nuestro ojos, premiosa, páginas y más páginas de su gran cuaderno bien gramado. Dibuja en seco con pocos colores: negro, azulón, rojo, amarillo y blanco. Ninguno más. Pero domina el negro en miles de ganas. Por nuestros ojos pasan platos de lubinas, langostinos y merluzas; corderos al horno y hogazas de pan que parecen descubiertas por Goya. Uvas blancas y tintas; numerosos trozos de piña, lombardas, escarolas…

– Le he pedido a mis padres que me lleven a comer a Valencia.

-Valencia, ¿porqué? pregunto yo.

-Me gusta mucho Sorolla y, además, en los restaurantes de su playa de la Malvarrosa me han dicho que hacen los arroces más amarillos del mundo.

Entonces, le digo, que mis amigos de Valencia también me han invitado a comer en uno de esos chiringuitos de la playa del sol. Iré si puedo esta primavera. Quiero comer en uno llamado Casa Isabel donde, además de buenos arroces, preparan unas ensaladas de lollo rosso espléndidas.

-¿Qué es lollo rosso?

– Un tipo de lechuga parecida a la de hoja de roble pero más rizada y coqueta.

-¡Cuántas clases de lechuga hay!

Nos dijimos adiós con un beso. Al llegar a la oficina quiero averiguar. Resulta que el dibujo, el boceto, el mínimo silueteo ¡y no
digamos la acuarela! de aquello que nos rodea crece y se extiende por días.
Como no podía ser de otra manera, este repunte de atrapar el momento por medio del dibujo se identifica con la palabra inglesa sketching (dibujo), y se ha puesto de moda en todo el mundo.

Bienvenido sea porque nada ha inventado el hombre mejor que el dibujo (ni siquiera su rara memoria) para fijar la huella de aquello que ha visto y vivido. En cada trazo del lápiz, el rotulador, el carboncillo o la aguada acuarela, se cuela la emoción de lo que estamos viviendo y, así, los paisajes que hallamos se nos graban para siempre.

Le cuento a mi hija este episodio antes de escribirlo y me dice que exagero. Ella tiene una cámara de fotografía con la que de vez en cuando nos apunta, pero hace meses que recuperó su antigua afición de pintar con lápiz al natural y a pulso.

¿Será moda, será que queremos atrapar el mundo que se los va?

Recientemente se ha publicado Pan Soñado, el libro de Pepe Nevado y Teresa Muñiz que reúnes d máe s en este blog desde que comenzaran su colaboración hace ya dos años.  La primeracincuenta artículos del periodista y otras tantas pinturas de la artista publicado edición de Pan Soñado se acompaña de un disco grabado en exclusiva porTangoror

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