La muerte digna es seguramente la aspiración humana que más une a las múltiples sociedades y civilizaciones de la tierra. La muerte digna y la aspiración a una vida feliz en tanto transitamos por este mundo. Pero ambos anhelos tan compartidos nos son chafados de manera rutinaria a la inmensa mayoría. La felicidad, o acaso sólo el buen pasar por esta vida, no es posible. Tiranos y sabios se ponen de acuerdo en esta materia. Así pues, el hombre hace siglos que se partió en dos: el que se resigna con lo que le venga y aquel otro que se afana durante toda su vida en encontrar sus islas de felicidad.
Cosa diferente es la muerte digna. A estas alturas no existen imponderables definitivos (técnicos, físicos, económicos) que la hagan imposible. Sólo los dioses y el dinero (y nuestro sometimiento a ellos) lo impiden. El «Dios nos da la vida y la muerte» lo tenemos introducido en la médula a fuerza de siglos de predicadores. Tanto es así que lo hemos hecho ADN propio. Romper esa clase de acero con el vulgar escoplo de nuestra voluntad es muy difícil: un trabajo próximo a lo imposible. Este muro infranqueable puesto en pie desde hace miles de años, y muy vigilado, tiene además de aliado principal al correoso dinero. La vida larga, las enfermedades crónicas y unas sociedades que se deshacen del corsé protector (y dominador) de la familia tradicional y amplia, son el mejor caldo de cultivo para que el abuelo sin solución, el enfermo terminal sin salida o el durmiente eterno permanezcan entre nosotros hasta que «Dios quiera».
El alargamiento artificial sin sentido de la vida es un negocio fabuloso de unos pocos y una cruz de espinas para la mayoría. Pero en este asunto de tanto calado humano -como en tantos otros- nuestras sociedades, pero sobre todo nuestros gobiernos, no son lo bastante valientes. Hay pasos adelante aislados (Andalucía y algún otro territorio, por ejemplo), y demasiada quietud y dudas. Pero legislar sobre la eutanasia es mucho más fácil que reconducir «el proceso catalán», detener la corrupción o alertar a las mejores conciencias del país contra la desigualdad creciente. Falta sólo que un gobierno lleve un proyecto de ley al Parlamento. La sociedad lo apoyará como hizo en su momento con esas «leyes que partían conciencias» que fueron el divorcio, la interrupción del embarazo o el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Totalmente de acuerdo con tus reflexiones al respecto de poder decidir sobre el final de nuestras vidas. Y recomiendo a quienes estén interesados una dirección en facebook que se ocupan de este tema. Se llaman «Arderás» , y están realizando ( a duras penas y con mucho empeño personal) un documental de testimonios, historias y andaduras en el límite de la vida, y no precisamente angustiosas, sino algunas llenas de pasión y vitalidad. Nos descubren un lado increible de esas experiencias.
https://www.facebook.com/ArderasElDocumental?fref=ts