La presidenta de Andalucía, Susana Díaz, está decidida a convocar nuevas elecciones, de no mediar acuerdo para su investidura, con una o más fuerzas políticas los próximos días 8 o 9 de junio. Parece un órdago pero no lo es; suena más a hartazgo, pues son demasiadas semanas de bloqueo que impiden la formación de un nuevo gobierno en Andalucía. A pesar de lo preocupante de la situación, buena parte de los observadores políticos no creen que vaya a darse el caso de una segunda disolución del parlamento en un año. Confían en que al final habrá investidura de Susana Díaz «porque imperará la cordura».
Pero no deberíamos ser tan confiados. A pesar del fiasco político tremendo que significaría para todos los partidos políticos que un hecho de esta naturaleza pudiera ocurrir, nada asegura que los minoritarios persistan en su tozudez y ceguera. Sería sobre todo, un mazazo al crédito de los nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, pues aquellos que venían para cambiar las cosas «forzando al diálogo» son incapaces de concertar nada con el adversario en la primera ocasión relevante que se les presenta.
La disolución del parlamento andaluz sería, además, un jarro de agua fría enorme para las expectativas reformadoras de la actividad política en España que traen las elecciones municipales y autonómicas recientes. Muchos pensarían que bien pronto los recién llegados empiezan a parecerse a los antiguos, pues no llegan con ánimo de concertar, sino de imponer. Encastillarse en el no «si Chaves no deja el acta de diputado ya», o jugar con el funambulismo de «son unos corruptos» para escaquearse de los compromisos no aviniéndose con el adversario, debería valer sólo para un rato, acaso para justificar ese tiempo de tanteo necesario en todo episodio de negociación, pero nada más.
Mal favor se hacen las fuerzas políticas que pretenden obtener lo que las urnas no le han dado, aprovechando la debilidad del contrario que tuvo mejores resultados aunque no pueda formar gobierno sin su ayuda. Pactar es transigir y no levantar muros imposibles de franquear («líneas rojas», le llaman ahora). Pero no parece que exista un diálogo franco en este caso. La realidad es que se habla para hacer más impenetrable el muro.
Algunos piensan que con el derrumbe de las mayorías absolutas -nefastas en tantas ocasiones- todo está permitido. La realidad, sin embargo, es bien diferente: es cuanto todos tienen mayor responsabilidad. Si Susana Díaz es forzada a la disolución, comenzaremos a pensar que la primavera política de tantos será más bien corta, al menos en aquella tierra.