La Granada: el Sabor del Otoño

Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Fotografía: Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008

El otoño comienza para mí el miércoles 8 de octubre. Ese día, sobre la una de la tarde, estaré junto a mi granado. Estoy seguro de que más de la mitad de la cosecha de este año – escasa, no más allá de sesenta o setenta granás – estará a punto, o casi. Son las mías unas magramas no excesivamente gordas, tiran más bien a medianas, pero son tersas, brillantes y glabras al tacto; de un pálido que crece hacia el rosa persa con el paso de los días y, en la boca: mollares, dulces y ternísimas.

Observaré el granado vigoroso como quien contempla un retablo de Alonso de Berruguete: con devoción y lujuria. Besaré su arboladura miles de veces con la mirada y con los dedos hurgaré en sus entresenos hasta decidirme por las tres perlas rojísimas con las que matrimoniar mi gula.

La granada está unida a mi memoria con la misma argamasa de las canciones infantiles de mi madre o aquel descubrimiento fabuloso llamado televisión en el salón de la casa. Y mucho más: es el huerto y el abuelo y la noria inagotable con la borriquita a ella anillada. Y un poco más tarde, la causa de mis primeros porqués, las búsquedas y el despertar de la curiosidad por lo que había más allá de la tapia de nuestras vidas de pueblo. ¿De dónde venía su misterio? ¿Qué producía ese placer al comerla grano a grano, día tras día y así hasta la Navidad?. Esa fruta tenía algo diferente a lo conocido, era algo más que el pan, mis carreras o las caricias recibidas. ¿Qué era?.

Doy un salto de casi medio siglo y anoto, sin que quepa posibilidad de error, que aquello que la hace única se llama cultura y permanencia entre nosotros desde ese instante que nuestros abuelos llamaban eternidad sin que nunca nadie haya dejado de desearla por un instante. Es de la dimensión del trigo, el aceite o el vino.

La prueba más nítida de su poder nos lo muestra el trato exquisito que siempre tuvo la Iglesia de Roma con ella, pues siendo dulcísima y extasiadora, habiendo amanecido a la historia de la mano de Afrodita, que la plantó en la tierra, y siendo corona de las núbiles casaderas de Roma, tenía todas las papeletas para haber sido otra «barca del pecado». Pero no. Los herederos de Pedro llamaron a sus granos «perfecciones divinas», y llegaron a ver a su iglesia como una granada «que bajo su manto acoge y protege innumerables naciones». ¡Un grano igual a una nación!.

Sí, la granada es una fruta indiscutible y extensa; desde el mar hasta los himalayas todo hombre le abre paso y la acaricia como haré yo el 8 de octubre, como viene insistiendo la humanidad desde hace milenios. Porque fue plantada en los jardines colgantes de Babilonia y esculpida en los bajorrelieves egipcios; porque los romanos la colocaron debajo de las almohadas para que alentara sus suspiros de amor y Boticcelli la puso en la mano derecha del hijo de su madona predilecta. Los papas voluptuosos se la hicieron bordar en los ropones, los reyes la engarzaron en sus coronas y hoy los modernos escáneres, que conocen los pensamientos de las moléculas, la elevan a modelo de perfección y equilibrio alimenticio.

A lo largo de octubre la iré cortando del árbol, comiendo y guardando en el viejo cesto de mimbre convertido en mínimo pajar urbano, hasta la llegada del tiempo de las zambombas. Entonces saludará al invierno desde mi boca, escoltada por el último melón, el puñado de higos pasos, la carne de membrillo y una manzana heroica.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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