Pujol no dijo nada de lo suyo en la comparecencia del viernes pasado en el Parlamento catalán. Se abrió de capa con una historia de padres e hijos, entre intimista y melosa, y acabó increpando a los diputados – que preguntaban y no le creían – con airadas palabras de amor a Cataluña. Pero lo que esconden Pujol y sus hijos, y los jefes de Convergencia, que fueron y que son, y sus tesoreros y correveidiles, apesta.
Desde hace años, informes policiales e instrucciones judiciales anuncian todo tipo de engañifas que suman cifras multimillonarias de euros. Y más noticias que llegarán seguramente pronto. Porque la cerrazón de Pujol le pone el terreno a huevo a quienes lo buscan. A estas alturas, servicios del Estado, y paralelos, tienen muy bien ordenadas suficientes baterías de acusaciones como para enterrarlo junto a su familia, conmilitones y aprovechados varios del entorno. Y que no le quepa la menor duda al poc honorable que eso sucederá de no mediar Comisión de Investigación en el Parlamento que venga a poner luz sobre los hallares escondidos y las comisiones devengadas. Llegados a este punto del debate catalán: una consulta segregacionista anunciada para el 9 de noviembre y todos -la rabia nacionalista y los poderes del Estado- en carne viva, nadie va a dejar que Pujol y su larga estela se vayan de rositas.
Ellos esperan, no obstante, que a «Madrid se le vaya la mano en las denuncias» para refutar que se trata de una causa general contra Cataluña. Pero Rajoy, y otros catalanes discretos que le acompañan, no son personas dadas a las desmesuras. Seguirán con la estrategia del palo y la zanahoria en tanto que Mas y su caterva de amotinados no cedan y acaben por bajar a negociar. Y es que los errores (y otros tesoros) acumulados por Pujol, su familia y cohorte desde 1972 hasta el pasado viernes son demasiados para que, además, el anciano político nacionalista nos de la bronca a todos.