El Caballero

Rajoy en el Hospital Carlos III. EFE/Paco Campos
Fotografía: Rajoy en el Hospital Carlos III. EFE/Paco Campos
Rajoy en el Hospital Carlos III. EFE/Paco Campos
Rajoy en el Hospital Carlos III. EFE/Paco Campos

Olviden a la dama y busquen al caballero. La señora Mato, ministra de Sanidad, no significa gran cosa en esta indignante historia del virus ébola en España. Ella pudo ser, acaso, la transmisora de las órdenes dadas por el presidente Rajoy para traer a Madrid a los dos sacerdotes españoles (todo un símbolo) enfermos de este mal funesto.

Lo que llegaba a sus oídos hasta ese momento era la negativa cerrada de la práctica totalidad del mundo sanitario -incluidas sus autoridades- a que se repatriara a cualquier persona infectada. «Porque no estamos preparados, no tenemos equipos entrenados y, sobre todo, es una temeridad. Lo adecuado es adiestrar al personal necesario e intervenir en los países afectados de África». Pero esas razones, que la opinión pública no escuchó, se oían a voces en los despachos de las gerencias sanitarias y en las reuniones de trabajo hospitalarias desde el mismo momento que se sospechó que la Moncloa estaba dispuesta a emprender la machada que, al cabo, materializó.

Rajoy y su gobierno desatendieron entonces las opiniones de los profesionales sanitarios y optaron por satisfacer otros intereses ¿por qué? ¿cuáles?. Claro que cuando se conoció la infección de la auxiliar de enfermería Teresa Romero, y esto fue un caos, Rajoy pretendió escabullirse de la repulsa con un «Dejen trabajar a los técnicos». Ahora, sí. Cuando la noticia en el mundo era que el ébola había llegado a Europa por Madrid, había que darle su sitio a los especialistas.

Pero le va a resultar complicado escabullirse de ésta. De momento ha tenido que poner a la vicetodo, Sáenz de Santamaría, al frente de un equipo de crisis (por cierto, esta mujer con tan magnífica imagen de eficacia, está al frente de casi todo durante los últimos años y casi nada se arregla) para intentar achicar aguas.

Ocurra lo que haya de ocurrir, y ojalá todo se quede en la infección de Teresa Romero, estamos ante un caso de responsabilidad política de libro. A los políticos se les mide con preferencia por el número de kilómetros de carreteras que inauguran, la limpieza y el orden de las calles y asuntos similares, pero se orilla con frecuencia la importancia de sus órdenes, sus decisiones silenciosas y sus querencias que, en ocasiones, acarrean catástrofes. La orden de traer a dos sacerdotes enfermos de ébola a España fue una pésima decisión al margen de sus consecuencias. Todos buscan las responsabilidades en el caos organizativo y de comunicación de los últimos días, pero muy pocos se fijan en el origen de todo. Y es que desde que Felipe González saliera de la Moncloa, los ministros de los diferentes gobiernos fueron progresivamente a menos en cuanto a autonomía y, con frecuencia, son preteridos o ninguneados por sus presidentes. Hoy son lo que fueron con los antiguos Borbones: secretarios. Pasemos de la dama, busquemos al caballero.

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