Septiembre Catalán

Pensábamos que septiembre iba a amanecer como un trueno demoledor escapado de la tormenta independentista catalana. Pero no resulto tal. La fabulosa revelación de que Jordi Pujol y su familia disponían de un tesoro oculto al fisco ha dado la vuelta a todo. El disparado ( y disparatado) tropel secesionista ha parado en seco, y sus líderes, confundidos, no dejan de dar vueltas desde entonces buscando nuevas salidas.

Quien sale victorioso de este episodio es el gobierno del PP. La caída de Pujol y el pisoteo de su aura de padre del moderno catalanismo ha sido, en realidad, la única victoria auténtica de Rajoy en lo que va de legislatura. Porque el control de la prima de riesgo es cosa de Draghi y el que, a pesar del infierno de recortes – y más -, su gobierno permanezca en pie se debe al derrumbe de la izquierda que, agotada y dividida, sólo repunta por su lado más irritado y antiguo.

Este imprevisto traspiés del movimiento separatista catalán debería servir a las fuerzas políticas y sociales más sensatas para encontrar una salida menos traumática al peligroso movimiento en marcha. Pero no es sencillo. El PP está eufórico. Observemos las declaraciones de Montoro en el Congreso: Pujol, vamos a por ti, o de Cospedal: unámonos todos contra el independentismo. Y Esquerra apunta a que va a aprovechar el hundimiento de Mas y Convergencia para conseguir ser el partido hegemónico de Cataluña.

Pero incluso estos dos partidos, que analizan el mundo circundante sólo en clave interna o de provecho propio, saben que el roto es bien grande. Pues, ¿acaso las 400 familias catalanas que deciden y que especulaban hasta ayer con los supuestos beneficios para sus bolsillos de una Cataluña independiente, se van a montar a la grupa de Esquerra al hundirse Convergencia?. No parece.

El independentismo sin retroceso de ERC puede seguir creciendo en votos al igual que el PP, su contraparte, en protagonismo. Pero nada construirán, pues sólo buscan el acarreo de sufragios con los que mantenerse y zurrararse.

Sí, el derrumbe de Pujol debería de servir para abrir muy pronto la Constitución y encontrar en ella un nuevo acomodo para las Españas más insatisfechas. Al fin y al cabo, casi todos sabemos ya que el nacionalismo no lo quema la hoguera ni lo secan los riegos de sal, sino la vacuna permanente de racionalidad y el mestizaje.

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