Rubalcaba se marcha

Alfredo Pérez Rubalcaba
Fotografía: Alfredo Pérez Rubalcaba
Alfredo Pérez Rubalcaba
Alfredo Pérez Rubalcaba

Alfredo Pérez Rubalcaba anuncia que abandona la política. Deja la dirección del PSOE y el escaño. En septiembre vuelve a la universidad después de décadas. Así debería ocurrir con todos los políticos: tras unos años de servicio público, de nuevo a sus tareas profesionales. Pero en demasiadas ocasiones no ocurre de esta forma: salen proyectados hacia los Consejos y las influencias. Rubalcaba no da ese mal paso, pero su salida no se celebra por ello, sino que se le aplaude por su estatura de hombre de Estado, su brillantez como orador parlamentario y su habilidad política: el mejor táctico de la democracia.

Este reconocimiento viene sobre todo desde la misma derecha que lo situó en el centro de su diana crítica el día que Felipe González se lo llevó a La Moncloa. Le reconocen el mérito cuando muere para la política. Algo muy español, el nuestro es un buen país para celebrar magníficos funerales después de feroces cacerías. Ocurrió también con Felipe González, Alfonso Guerra, Adolfo Suárez y hasta Zapatero hoy se deja mesar el cabello por los mismos.

Claro que este «político para la historia» se va derrotado. Su partido ha cosechado los peores resultados electorales de los últimos 35 años estando él al frente. Su sensatez, oficio, brillantez y honradez sin mácula, así como su intensa labor renovadora dentro del ideario socialdemócrata, de nada le han servido. Los más atinados analistas que han seguido este fenómeno extremo de hundimiento político culpan a la deriva neurótica que enferma la política española, que empezó con el encanallamiento y el sectarismo del debate político para acabar con Felipe González y termina, con el paso de los años, en la apoteosis de la banalidad y el desprestigio de los políticos.

Pero algo más manchará el aura del PSOE actual y de sus dirigentes cuando buena parte de su electorado se inclina por abandonarlos. Es cierto que el Rubalcaba último no explosionó en un líder vigoroso y que su empatía con el electorado fue mínima, sin embargo ello no explica que el mejor político haya cosechado la peor derrota.

A este fenómeno es al que deberían buscar explicación los cuadros que aspiran a dirigir este partido. Me inclino por pensar que el problema real no está en el mayor o menor fuste de quienes aspiran a liderarlo, sino en la entraña misma de este viejo partido. Todo apunta a que las manos que empujan a los aspirantes principales son las propias de una armada derrotada en varias ocasiones. Pero ningún ejército en retirada ganó batalla jamás. Ahora los combatientes de la izquierda no están sólo en las filas de los partidos tradicionales. Fuera de ellos han encontrado gran competencia. Igual el nuevo programa de la izquierda democrática en España y Europa está por salir del debate y la colaboración que se establezcan entre estas fuerzas que ahora se miran con tanta desconfianza.

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