La Cereza, esa fruta carnosa

Teresa Muñiz. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm. Año 2007
Fotografía: Teresa Muñiz. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm. Año 2007
Teresa Muñiz. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm. Año 2007
Teresa Muñiz. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm. Año 2007

Nuestros amigos, Andrés y Carmen, nos invitan a cenar en su casa. La noche está templada y comemos en la terraza. Varios platos y poca cantidad. Vino de cuerpo ligero, un roble de Pago de Capellanes, y un chupito en la despedida traído del valle del Silencio berciano. La sorpresa, no obstante, viene en un bol de cerezas. Su hijo Iván, observador para la OSCE de tantas banderías como se producen en las repúblicas caucásicas, las ha traído como buen detalle local donado por la familia campesina que le aloja en las inmediaciones de Grozny.

Al reventar contra el paladar el primer corazoncillo oscuro, me transporté sin mediar tiempo ni viaje a mi niñez corretona en la Córdoba serrana. Su sabor era idéntico al de las guindas que comíamos la pandilla de amigos, colgados cual monillos golosos a las ramas de los guindos salvajes de aquellas umbrías que humedecían las nieblas mañaneras del río Guadiato, nuestro río señor que colgaba lejano bajo nuestros pies tras múltiples quebradas pobladas de encinas, chopos y algarrobos.

Sí, un sabor intenso y ácido, una pulpa compacta y excitante con su hueso perfectamente liso, me situó en mis diez o doce años cuando todos los junios, acabada la escuela, corríamos hasta aquellos guindos crecidos como arbustos emboscados entre lentiscos y zarzas, a cubierto de las miradas golosas por incontables hiniestas gigantes que los defendían emitiendo sonidos como látigos con la simple caricia del aire.

Carmen cuenta que la cereza dulce y la guinda ácida vienen de los contornos del Mar Negro; que desde allí caminó por la Europa templada hasta llegar a sus puertos desde donde partió polizona para plantarse en todo el mundo. En España, sin embargo, pareciera que hubiera llegado lanzada por esos pájaros migrantes que surcan nuestros cielos desde la creación misma de la eternidad. Existen cerezos dispersos por todo el país como soldados perdidos y errabundos, mas en muy escasos lugares han llegado a constituirse en ejércitos bien entrenados, alineados y tan avituallados de pertrechos como en el valle del Jerte y la comarca de la Vera, en Cáceres. Son más de dos millones de árboles combatientes que lanzan todos los años treinta millones de disparos dulcísimos (con permiso, claro, de esas balas azucaradas que cercan el pueblo jienense de Castillo de Locubín y los besos rosáceos que te excitan al paso por las tierras de Daroca).

Aquí sí que han acertado los extremeños. La cereza del Jerte es ya un símbolo, un signo de identidad de Extremadura, esa Comunidad Autónoma a la que, el paso durante más de dos décadas de Rodríguez Ibarra por su presidencia, ayudó de manera segura a afirmarse en un regionalismo muy intenso referenciado casi siempre en un orgullo sacado de la misma tierra, venga éste de un producto excelente, una flor, un paisaje o el golpear mismo de un viento.

Hasta aquellos parajes de sierra templada -quebradísima y muy húmeda- perdidos desde siempre para la mirada y la mano del hombre, lugares propios del águila, el lobo, el fugitivo y el contrabandista llegó el cerezo para atraer millares de turistas y curiosos extasiados con su flor y su sol, crear una industria frutera y gastronómica que fija población y hacer engordar la cepa de la autoestima.

Ahora, en los meses de junio y julio, aquella comarca se constituye en territorio de cosecha y jornadas gastronómicas. En tanto mozos, mulas, máquinas y camiones sacan la fruta, los diez o doce pueblos del Jerte abren otros tantos restaurantes a menús en los que todos sus platos aparece la cereza. Anoto al azar una oferta del restaurante Garza Real, en Valdastillas:

– Cóctel de cerezas
– Caldo de cerezas y tomate con aceite de hierba buena
– Terrina de cochinillo asado con foie y salsa de picotas
–  Sushi dulce de cerezas con coulis de kiwi.
– Café de cerezas
–  …………

He probado algunos de estos platos. Son originales y no abusan del producto que promocionan como ocurre en otras cocinas locales. Claro que yo me quedo con la receta de gazpacho de cerezas del malagueño Dani García, aunque no es fácil darle el punto que encuentras en sus restaurantes. Quizás se deba a su complejidad barroca. Por ello, a partir de estas fechas acudo a la receta de Berasategui. El suyo es un gazpacho tradicional, quizás aligerado de ajo y aceite, con el añadido feliz de un buen puñado de cerezas tipo napoleón lavadas, abiertas y deshuesadas.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

Un comentario en «La Cereza, esa fruta carnosa»

  1. Con igual fragancia de rocío guadiateño que la que evocas , recuerdo aquellos pasajes guinderiles y , con más aún , los paseos a pié o en aquella vetusta bicicleta en las horas -mágicas como ningunas – de las atardecidas de primeros de Verano por la carretera de los Arenales .

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