El plátano

El plátano es una fruta gustosa, densa, dulce y saciadora. Si preguntamos en Internet nos dirán que todo lo tiene bueno; claro que si interrogamos a un canario fetén nos encontraremos con la sorpresa de saber que hace siglos que desplazó a dios en veneraciones. Esta misma fruta, amarilla y curvada, la más lasciva de nuestros parajes (y tan pecosa), es utilizada a modo de bala racista contra los jugadores negros que compiten en diferentes deportes en España porque tenemos entendido (igual tiene la culpa Walt Disney, otro racista) que son la golosina preferida de los monos.

Los bueyes (con perdón de estos rumiantes) que así se expresan, pacen con normalidad en las gradas de nuestras canchas deportivas cual bovinos en las laderas leonesas de Laciana. Casi nadie les molesta y muchos aplauden sus mugidos. !Qué huevos tienen!.

No es que haya frecuentado demasiado los estadios de fútbol y otros recintos deportivos de masas, pero a «lo largo del tiempo que se extiende como una bóveda infinita de bocas que dentellean y besan», he presenciado numerosos partidos y millones de berridos. Cuando en el estadio del River Plate vi cómo desde el anfiteatro del gol sur los hinchas locales regaban con bosta de vaca y caballería bien cernida al reducido grupo de suicidas hinchas del Boca, arcancillados por un regimiento de policías, me descompuse con tamaña osadía fecal. Pero años después aluciné en un campo de fútbol de Guinea Conakry observando cómo los seguidores del equipo local, el Horoya AC, campeón a la sazón de su liga llamada Guinée, sacrificaban dos grandes chivos, los troceaban, asaban y disfrutan comiendo mientras transcurría el partido. Luego echaban a volar las pezuñas y hasta los jugadores lo festejaban. También fui testigo de cómo un cura salesiano castigaba a los chicos cuando perdieron un partido: una hora los tuvo sumergidos en la muy fría agua del pilón colegial.

Pero ninguna hazaña supera aquellas buenas tardes de insultos racistas contra Ben Barek en el Bernabéu, Laurie Cunnigham en el Manzanares o Samuel Eto’o en tantos campos. Ahora le ha tocado al culé Dani Alves. Es algo más que indecente lo que se escucha. Estos jugadores en boca del ultra de Atlético de Madrid, Zaragoza o Celta, por citar tres ejemplos al azar, son horripilantes monos, cucarachas que viven entre purines, escarabajos repugnantes y hombres mono de mierda.

A estas gentes las llevamos aguantando desde que el majestuoso y elegante Ben Barek dignificara el Metropolitano con sus goles, su sonrisa y esa belleza de gacela en la zancada. Y fue gracias a este asco, la incomodidad de casi todos nuestros estadios y los paseíllos horripilantes de tantos dirigentes de nuestro fútbol por lo que dejé de frecuentar los estadios. Porque, además, ya habían dejado de oler a yerba recién segada y no se respiraba la humedad carminativa de antes. Ahora sabían a polvo en huida y a humo, a refrito y patatas de bolsa rancias, a crujidos ratoneros de pipas y a cerveza sin alcohol. Sí, las autoridades que vigilan por la violencia deportiva, entraron con decisión a cortar la ingesta alcohólica que convertía con frecuencia a la masa en manada en estampida, y evitó así el menudeo de bengalas sobre el césped y algunas carreras envenenadas sobre jugadores. Pero nunca impidieron ese despliegue de lenguas largas-largas repletas de racismo.

Afortunadamente el gesto valiente y magnífico de Alves, comiendo con normal deleite el objeto del insulto, ha dado la vuelta al mundo y ahora millones de rostros nos miran con desprecio. ¿Cuándo se clausurará un estadio por bramar palabras racistas? ¿Quién será el primer árbitro valiente qué suspenda un encuentro cuando el ruido de monos en la grada llegue a ensordecer?.

El día que esto ocurra, espero que pronto, volveré a los estadios con mi amigo Paco y nuestra bufanda de Bakú . En la mano, la pequeña bolsa/frigorífico repleta con nuestra tortilla de patata y cebolla roja, un aluminio con 200 gramos de jamón, la bolsa de marconas y dos trocitos de tocinos de cielo. Cuatro cervezas de la Cruzcampo normalita y dos de tónica Schweppes. En el bolsillo dos botellitas de MG por si acaso.

Estoy seguro de que el día que esto ocurra hasta miraré a Florentino libre de perjuicios, y puede que llegue a considerar que lo de Casillas pudo obedecer a causas deportivas. Exclusivamente.

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