La primera vez que fui por los pueblos mineros de Huelva, por estas fechas, me sorprendían en los bares con almorzadas de habas tiernas para picotear. La vainas tan niñas se abrían con un leve apretón de uña y sus granos me los llevaba a la boca como caramelos verdes. También obsequiaban (desconozco si continúan haciéndolo) con aperitivo tan feraz y humilde en algunos pueblos de Jaén como Martos o Alcahudete, y en bares de la misma capital andaluza. En las ocasiones en que fui atendido con tales presentes, siempre tuve la sensación de estar siendo regado de puro campo. Porque el haba temprana, tan tierna, era algo así como la primera expresión de vida en verde tras los lluviosos y desapacibles inviernos del Sur. Nace al compás de la primera yerba, cuando menguan las heladas, y siempre se encuentra muy a la mano del hombre: patio trasero, huerto madrugador, cercado abrigado…Su poder alimenticio es alto, pero es mucho más estimulante su condición de heraldo de la primavera húmeda, y todavía tímida, que se abre cuando el sol de febrero inicia el despertar de marzo.
Estas habas humildes, y tan fáciles, sin embargo desaparecieron de los mercados urbanos hace años. Las convirtieron en alimento gourmet (pregunten en habas Mata) o sencillamente en harina para pienso animal. ¡Ni siquiera aguantó la harina de almortas, alimento de tanto pobre!
La pasada Semana Santa rodando por la bellísima carretera, que cimbrea la comarca de la Vera extremeña desde Madrigal a Plasencia, divisé una pequeña plantación de habas muy cerca de la vía. Un hombre con más de 70 jubilosos años – una perrilla cruce de mil leches al lado, una bolsa de plástico negra en la mano y toda la sorpresa del mundo en el rostro al observar como avanzaba hacia él – esperó estoico el encuentro. Abuelo, me vende un puñado de habas. No las vendo, se quedan en la familia. ¿Tantas habas comen? Bueno…las gallinas y los conejos también son como de la familia. Están muy bonitas. Este año han venido muy bien. Con el sol tan temprano crecen un dedo por día. ¿Me puede vender un kilo? ¡Qué no vendo, qué se las doy! ¿Y cómo le puedo pagar? Ya lo ha hecho. ¿Cómo? Con la conversación. ¿Fuma? No debo… Pero fuma, ¿no? Algo. Tenga este puro. Es mucho. ¿Cómo preparo las habas? En tortilla. Cortas las puntas, las troceas y echas en agua. Picas una cebolla y un diente de ajo, que pones en la sartén con un buen chorro de aceite de cacereña. ¿Cacereña? Sí, nuestra aceituna se llama así. Su aceite nos gusta más que los andaluces que son ácidos o dulzones o no saben a ná. Bueno… Cuando esté bien pochá la cebolla, echas las habas, bajas el fuego, tapas la sartén y te vas a tus cosas. Al cabo de un buen rato destapa, remueve, echa una pizca de sal y esturrea un poco de pimentón agridulce. Le viertes dos o tres huevos de estas gallinas bien batíos y ya tienes la tortilla. A mi me gusta bien gordita, que se noten los tropezones de habas. Así la haré, amigo. Y cumplí la palabra dada.
El miércoles por la tarde en Madrid, y en una de esas franquicias cerveceras al borde de la ruina porque no le salen las cuentas ni al franquiciado ni a la cervecera que le suministra, observé como un grupo de muchachos tenían un montoncito de vainas de habas sobre el velador. Me pregunté si Río Tinto se había mudado a la calle Luchana. Disculpad, ¿sirven habas en este local? Don´t… Y no entendí nada más. Luego observé que una chica del grupo me hablaba en… ¿griego? Pronto otra, hablando en un inglés del que se escapaban algunas palabras españolas, me aclaró que eran griegos, que les gustaban mucho las habas tiernas y que las compraban en un chino próximo. ¿Y os las dejan comer aquí en el bar? Se encogió de hombros como diciendo ¿y qué remedio les queda?.
Un grupo de entre doce y quince prepúberes todos los jueves por la tarde piden en un vecino MacDonalds hamburguesas de un euro. Cuando están servidos, sacan de unas bolsas de plástico cuatro o cinco botellas de litro y medio de cola marca blanca que han traído de Alcampo. Alborotan durante una hora, pero ningún responsable del local les hace la más mínima advertencia. ¿Para qué? ¿Para qué los cabreemos y la monten?
Tiene razón el jefe de la hamburguesería. Prefiero a los erasmus griegos comiendo habas tiernas en el centro de Madrid. Igual hasta lo ponen de moda los vogues.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.
Cómo me gustan los artículos que encierran diálogos con tus protagonistas fortuitos. Habitas…las pipas de primavera!
Si sólo fueran las habitas… anda que no hemos perdido alimentos, por haber perdido también el hábito de comerlos, que han formado parte de una dieta cotidiana sanísima aunque humilde la mayoría de las veces. Y en detrimento de nuestro bolsillo y nuestra salud, para colmo.