El jueves 3, la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, compareció ante el foro político-periodístico más destacado de Madrid, que habitualmente celebra sus actos en el Hotel Ritz. Había una cierta expectación a pesar de que los políticos en estos tiempos están muy mal vistos. Su rápido (y repentino) acceso a la presidencia de Andalucía, su paso seguro, forrado de valentía, y su discurso con retazos diferentes a tanta salmodia, llamaron la atención de unos centenares de personas, más de cincuenta periodistas, que acudieron a escucharla.
Luego de una intervención de 45 minutos la decepción no apareció, aunque sí la preocupación entre los suyos y los que siempre serán sus adversarios políticos. Los primeros porque advierten en ella la osadía suficiente como para instalar su cuartel general en Madrid cuando crea que llegó el momento, y los segundos porque temen que acaso los socialistas no estén definitivamente acabados.
Tiene esta mujer un discurso robusto y la posibilidad, si se empeña en ello, de llegar a seducir al interlocutor que se detenga ante ella. No parece que las dudas le atenacen a la hora de sus actos y ha decidido echarse la Junta a hombros sin importarle dejar en el desván de la historia a tantos compañeros ilustres junto con algunas de sus obras predilectas. Numerosas palabras suyas olieron a ruptura con las prácticas anteriores de los suyos y se aferra, como antes hiciera Zapatero, a los viejos principios del socialismo: igualdad, solidaridad, protección social, como el único gozne que le une a esa cadena largamente centenaria que es el PSOE.
No parece que esta mujer vaya a achicarse en cuestiones decisivas por aquello de la «cultura de partido», aunque tampoco caminará por caminos que más gustan a la derecha como en ocasiones hizo Zapatero.
Todo da a entender que Susana Díaz es un producto bastante acabado de lo que se ha dado en llamar socialismo del sur: extracción trabajadora o popular, cultura política de agrupación ( y doctorado en aparato), ideas muy claras y distinción precisa de quienes son unos y otros.
Este flash no sería completo si no anotara otras dos impresiones que transmitió: fuerza y seguridad arrolladoras en su mensaje, y una excesiva recurrencia al yoísmo: yo creo, yo dije, yo… Lo primero es condición imprescindible para ser un líder, lo segundo, el signo de los tiempos. Ah, fue presentada, con sorpresa, por el periodista y empresario Manuel Campo. Todos sabemos que se maneja en el mundo del asesoramiento y la moderación de los debates de los candidatos a la presidencia de España. Desde el primer momento parece que quiere jugar en un gran club.