Volver a empezar cualquier tarea tras un fracaso es muy pesado. Y más difícil si de lo que se trata es poner de nuevo en pie una empresa o un negocio. No digo nada si el afán se llama dar una nueva oportunidad a esa pareja ametrallada por los azares de la (mala) vida. Pero no voy a tocar ni de refilón este último y delicadísimo asunto, pues acaso el artículo torne en bolero mal rimado o, peor aún, trastoque en un pálido primo del tango más cabrón. Hablo de darle una nueva oportunidad a un restaurante, casa de comidas o bares fosilizados. Pues ocurre que, de repente, cierra ese restaurante que tanto sonó, languidece otro, y ambos contaminan a ese otro que la limpieza de la dueña y la salud de su carta eran como los lienzos al helio de Sorolla. Y nadie, salvo los responsables directos, saben que sucedió, aunque todos nos imaginamos un algo.
La casuística es múltiple pero normalmente, como sucede con los Diez Mandamientos católicos, suele quedar circunscrita a dos: desavenencias de socios o familiares, o algo más: puños, pleitos y ponzoñas, o la huida del parroquiano a causa de los mil conflictos que enturbian al hombre. En ocasiones el socio más resistente o el aplicado subastero que se quedó el local ( y luego repasó quedándose con su buena talega) lo hacen posible de nuevo exhibiendo lo mejor que tuvo el negocio, subrayando las enormes mejoras y esa distinción que le da la mayor pegada. Muchos vuelven a morir porque la magia no se atrapa con la mano, de la misma manera que la palmera solo es para el desierto o para sombrear a la morena. Otros, en cambio, salen a flote con el bote de una idea y el remar musculoso de un nuevo propietario. Este es el caso del restaurante madrileño Sixto de la calle Ortega y Gasset, o sea, en el cogollo mismo del pijo barrio de Salamanca.
Conocí los dos restaurantes Sixto en Madrid a finales de los años setenta. Siempre creí que eran del mismo propietario. Pero no. El Sixto de la calle Cervantes, también reconvertido en EL BARRRIL de las Letras y con enormes ínfulas (no se cómo va pues solo me tomé un gin tonic a las prisas), era como el mesón algo más que decoroso del muy agitado Congreso de los Diputados de la transición. Un paisaje habitual en él era un mantel a cuadros, el plato de espárragos junto al chuletón y un Gregorio Peces-Barba bien armado de cuchillo, tenedor y enorme glotonería. También un Landelino Lavilla, disimulado en la mesa de algún rincón, disfrutando con discreción de una sopa de ajo, y los diputados catalanes compartiendo ensaladas y sin postre.
El Sixto de Lista tenía otro vuelo. Hasta llegó a ponerse en el pecho un eslogan magnífico en la época: «Al buen comer le llaman Sixto».Tenía los mejores platos de entonces y algo todavía mejor: a Tip de parroquiano permanentemente.
Hoy vuela de nuevo de la mano del grupo gastronómico Nuria sin hacer otras mudanzas que renovar el local al gusto del ojo del siglo XXI y disponer los productos buenos de siempre con esa liviandad cómoda que pide la nueva cocina: algo así como la ternera reconocida tocada por la mano del nuevo chef. Una sala para acoger a la mayoría: aquellos que lloran al recordar los viejos churrascos gallegos y los jóvenes curiosos de los mil sabores de ahora. Además, lees la carta y te enteras de qué va el condumio. Síganme: anchoas de Santoña, ensalada de carabineros, aguacate y vinagreta de salmorejo, pulpo a la brasa con papada de ibérico, lomo de merluza de pincho con pil pil de cítricos y alcaparras, entrecot y al aroma de las brasas….Es decir, no han caído en el delirio de esas denominaciones de platos que solo pueden entender los surrealistas entregados a la causa de los sueños y sus delirios.
Así pues, bastante buena la mesa de Sixto y no demasiado onerosa. Claro, si no vas a diario.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.