Rajoy debió de salir de la entrevista en la cadena Bloomberg con la furia de una pantera alanceada. Solo una emoción de esta magnitud pudo provocar que su cohorte de comunicación pidiera a la televisión neoyorquina que suprimiste las preguntas y respuestas sobre el caso Bárcenas. Porque hace falta estar desnortados para realizar una súplica de este tenor a un medio de comunicación liberal norteamericano. Ese tipo de peticiones son traducidas en la pituitaria del periodista serio con la palabra censura. Y aunque en España muchas vallas de esta categoría se salten con normalidad, en USA parece que no es muy usual. En la capital donde el cielo juega con el cemento todavía existen editores que dicen, no a las peticiones de silenciamiento «por razones de integridad periodística».
Pero el error del equipo de Rajoy en Nueva York (¿que tendrá esa ciudad que a tantos de nuestros políticos atolondra?) no se quedó en este episodio bochornoso. En realidad empezó cuando decidieron llevar al presidente a grandes medios de comunicación internacionales especializados en economía al objeto de que se prodigara en contar que España está saliendo de la crisis o «que Rajoy ha salvado España», como refirió la vicepresidenta Sáenz de Santamaría el viernes pasado. Es un error porque la credibilidad de nuestro gobierno, y en especial la del presidente, es casi nula en el mundo. Las fuentes oficiales españolas prácticamente no cuentan a la hora de elaborar un relato sobre la España en crisis. Y la organizaciones internacionales, tanto públicas como privadas (y no digamos los periodistas) le dan mil vueltas a las notas oficiales antes de tenerlas por buenas. El mal de nuestro descrédito -que mancha luego a lo que llamamos Marca España y ciega a buena parte de nuestra prensa, tan seguidista, como fuente de información cierta para el mundo- llega tan lejos que son nuestras principales multinacionales, los deportistas de elite y esa legión de cocineros los que nos defienden del descrédito en el globo.
El sonoro traspiés televisivo pudiera tener una cara «b» más amable si Rajoy sacara como conclusión que el caso Bárcenas es un escándalo que ha cruzado el Atlántico (¿»dimitiría usted si se concluyera que realizó campañas electorales con financiación ilegal?», preguntó la periodista) y que de poco vale tenerlo embridado con la salmodia de «ya dije todo lo que tenía que decir sobre el caso el 1 de agosto». Ni basta con que la prensa escamotee lo más escabroso del caso ni que, al cabo, los jueces puedan concluir que todo ocurrió hace demasiado tiempo y tan grave no fue, si no que te crean aquí y fuera. Escalar ese Himalaya, sospecho, que ni siquiera se está pensando.