¿Pero cómo ha permitido Rajoy que Bárcenas llegue hasta la Audiencia Nacional repleto de carpetas tan comprometedoras para él y su partido?. ¿No ha tenido tiempo en cuatro años para arreglar lo que tuviera que arreglar e impedir tamaño desnudo político?. ¿Tantas desavenencias se dan en la casa popular que le impiden actuar?. El periodista, el empresario, el observador ordinario de la cosa pública se hace éstas y parecidas preguntas cuando, perplejo, observa cómo de la lengua de Bárcenas y sus apuntes como balas aflora un cementerio de cadáveres oculto por el PP.
Toda la vida de este partido operando con una caja «b»; desde siempre sus máximos responsables repartiendo la masita en función del rango y los puntuales sobreesfuerzos. Campañas electorales abrasadoras gracias a los fajos anónimos y una legión de empresarios donantes siempre dispuestos.
El horror que produce contemplar esta estampa es tremendo. Parece un cuadro de El Bosco dedicado a los políticos. Uno puede imaginar muy bien las imprecaciones de ese empresario que casi nunca pudo contratar con las administraciones públicas. Ahora se explica algunas cosas. Y también es evidente la conclusión a la que estará llegando el ciudadano: no a estos políticos. Es probable que al decantar este episodio hediondo opine de ellos igual que de los villanos.
Todo indica que se agota la hégira política que arranca cuando Franco trastabilla y el príncipe Juan Carlos inicia la apertura hasta la democracia. El sistema parece que no para más. O dicho de otra forma: podría no soportar que se abriera otro cuerpo de armario popular, o de otra instancia del Estado de parecida sensibilidad. El dinero y la vileza se apoderan también de este país como la yedra salvaje trepa por el tronco del viejo aliso de rivera. Sólo faltaría que el poder de los jueces también entrara en el baile del «juego de tronos» que tanto divierte a los hombres de poder. Confiemos en que no sea así.