Es comprensible que los más tatcheristas del PP -que no son pocos- estén decepcionados con Rajoy y su forma de producirse en política tan vacilante y prudente. También se entiende que los populares moderados encuentren asombroso que el mismo presidente, sin embargo, permita al tiempo desencajonar toros tan tremendos como la severa restricción de la legislación sobre el aborto, el embride y empobrecimiento de la educación pública o el escrache de la sanidad de todos. La conclusión a la que llegan unos y otros es la misma: todo está en conflicto, nada se cierra. Los tatcheristas, como Esperanza Aguirre, desearían que la acción del Gobierno se tradujera en una confrontación pura y dura contra los sectores a batir como mantuvo la dirigente tory con los mineros o funcionarios públicos del Reino Unido: batallar en la calle y apabullar en las tribunas públicas para luego legislar con determinación y sin miedo.
Pero Rajoy no cuadra con ese temperamento. Cuando la calle arrea, levanta el pie del acelerador. En los últimos días ha sido tan llamativo el frenazo que este viejo bus llamado España parece detenido en la dársena. La ley Wert de educación ha conseguido que el mundo de la educación se constituya en grupos de guerrillas ciudadanas. Y le ha dado miedo. Igual ocurre con la obsesión del ministro Gallardón por modificar la legislación sobre interrupción del embarazo en homenaje a su padre (¿el político democrático promueve leyes para reconciliarse con la memoria de sus padres?). El revuelo que trae tamaño alarde de integrismo católico alarma incluso a los suyos. Y le ha dado miedo. Como colofón, indica presionar al presidente de la Comunidad de Madrid para que límite al mínimo la privatización de la gestión hospitalaria y ambulatoria porque le da miedo.
Este es el dibujo del momento. El resultado que trae gobernar sin dirección estratégica. El mismo presidente que todos los días insiste en que nada nos desvíe del objetivo de hacer reformas para salir de la crisis, luego permite a los suyos soltar liebres de todos los colores a fin de distraer al personal de los monstruos del paro y la corrupción y la acreditada incapacidad del Gobierno para afrontarlos. Lo único provechoso de este enredo tenebroso es que la gente cada día esta más rabiosa y al loro, que diría Tierno Galván, y no cae en los juegos de bisutería que proponen el Gobierno y sus voceros. Ataca con sus voces y su presencia cuando pueden y como pueden. Los resultados no son vistosos, ni los partes de incidencias excesivos. Pero deben de tener su efecto en la moral del Gobierno pues comienza a resentirse.
Algunos seguimos sin tener gran confianza en este tipo de confrontación, pues un gobierno sólido, con mayoría absoluta y con legislatura por delante puede con casi todo. Pero el mes de mayo nos ha traído noticias bastante inquietantes del estado de salud política de nuestra derecha en el poder. El enfrentamiento interno les atasca. La salida en estos casos siempre fue la misma: crisis de gobierno o cambio en las políticas que lo atoran. Si Rajoy continúa en su mundo de plasma mucho más tiempo, las guerrillas temáticas continuarán creciendo y tendrá graves problemas para detenerlas.