La cotorra me recibe con un reiterado «Sushi aaggg, sushi aaggg». «¿Qué le pasa a Perlita?». Qué divertida es. Cómo lo come todo, picotea con furia un sushi que le ofreció ayer un cliente. Y luego otro. Al cabo de cinco minutos lo vomito todo. Pensé que como había tragado demasiado, pues… Pero esta mañana se ha despertado con el «sushi aaggg, sushi aaggg», y no deja de repetirlo. Ahora creo que le hizo daño» .
¿Un bocado de sushi que hace daño?. Quién lo pensaría. Y menos a un pájaro. Pero así fue. A mí no me han sentado nunca mal los platos japoneses, eso sí, los como poco. Me escama su excesiva y popular extensión o, por mejor decir, la (supuesta) cocina japonesa que se estira como una enorme mancha de soja por España y, parece que también por otras regiones del mundo, tiene todas las trazas de ser una nueva moda culinaria, tirando a barata, de oriente, sin mayor sustancia que su precio, la dedicación de sus empresarios y empleados y esas inagotables despensas de arroz, algas y todos los pescados crudos del mundo.
Arrumbada la cocina china de batalla, velada en rincones selectos la thai y en todas nuestras casas, y bien usada, la sartén para el wok, algunos empresarios han visto el hueco y entran por él con rapidez. La red está inundada de páginas web, bitácoras, artículos, vídeos y fotos que se explayan en ella, y de su voracidad nacen todos los días, en época de grave crisis, nuevos restaurantes y otras expendedurías de sus sabores. A poco que se esfuercen -y lo harán- le propiciarán un buen mordisco a los restaurantes italianos y puede que se resienta más de una de esas franquicias levantadas con restos de italianos, ensaladas vistosas y rescoldos del restaurante del curra y el estudiante extrañado con sus papas fritas y empanados en forma de cordilleras.
La cocina japonesa, sin embargo, es selectísima. De un nivel similar a la francesa clásica y próxima incluso a la china imperial. Un paseo por sus preparados es atrapar el mundo del gusto, el paladar y el refinamiento de un bocado. Por ello siempre fue exclusiva y cara hasta ahora que pretenden convertirla en el Zara de la buena mesa.
Mi amiga Yoko, tokiota linda, culta, sensible y amante de España, me entrega el menú que comería «un día especial» una familia en Kioto:
– «Kaisekis variados. (A mí me gustan los suaves, pero conviene que haya variedad de intensidades).
– Sushi de arroz blanco con vinagre.
– Sashimi de lomo interior de atún y de dorada fresquísima.
– Suki yaki (ternera finísima con verdura muy clorofilada y soja).
– Unagi kabayaki (angula con arroz blanco y soplo de wasabi).
– Fugu (pez globo, mi preferido).
– Teppan Yaki (ternera a la plancha en su punto rosa).
– Shabu shabu (ternera cortada muy fina, parecida a vuestro carpaccio).
Postres: Kontyou wagashi (tarta de judías rojas azucarada ) y Kuzukiri (fideos elaborados con raíz de kodzu y polvo de guisantes. Muy nutritivo)
Y bebidas: Sake daiguiyo (lo prefiero frío, pero nuestros abuelos lo tomaban caliente). Shochu (licor de patata, trigo…) y vino blanco de koushiu. Magnífico.
Este fiestón debe durar entre dos y tres horas, aunque el japonés holgón puede extenderse hasta cuatro y más. ¿Y después?. Algunos se van a un bar o similar y continúan dándole al whisky. Al llegar la noche no llegan a gritar ¡banzai!. Simplemente se desmayan».
Ni quito ni pongo coma.
Escuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.