

Todo el mundo parece estar de acuerdo en que es Alemania la que nos impide sacar cabeza de ese pozo que nos ahoga junto a todo el sur de Europa, y más. Pero nadie le ha hecho frente hasta el momento. Nuestro presidente Rajoy incluso le hace carantoñas y morritos alegres con la boca. Los viejos socialdemócratas españoles aún se sienten deudores de antiguos favores y se tranquilizan con el pensamiento placebo de que peores son los ingleses. El único político (él dice que hace tiempo que no juega a nada, y puede que sea verdad) que viene criticando con insistencia las cabezonadas alemanas es Felipe González. Pero nadie le presta atención. Como tantos otros ex parece más cuadro que oráculo. Gran parte de los más prestigiosos economistas europeos y norteamericanos piensan de manera similar, pero tampoco son atendidos porque «se han equivocado tanto….». Con Merkel nos ocurre lo mismo que con nuestros banqueros, que todos los observamos con mirada torva y malos pensamientos, pero ahí están: una decidiendo sobre Europa y los otros mandando como nunca y tan calentitos sobre el rescate de los 40.000 millones de euros que el Gobierno ha puesto a su disposición.
A medida que nuestra sima se hace más honda y pronunciada, sin embargo, son otras las voces que se acercan a este coro de selectos. La derecha populista y la vanguardia de la calle movilizada claman ya contra la dirigente alemana. Esperanza Aguirre, la ex más in de la política española, sorprendió días pasados con una tercera de ABC atizando contra Alemania. Muchos de sus argumentos eran calcados de los escraches que tanto detesta. Habrá que seguir estas derivas, pues pudiera suceder una vez más que sean los radicales quienes toman la iniciativa ante la pudibundia de los políticos europeos. Porque nunca como ahora, en el último medio siglo de nuestro continente, se había conocido un páramo político tan extenso y ayuno de ideas e iniciativas (pura sal todo él). Los políticos de las diversas naciones van y vienen sin cesar, y en abundancia, para caer como chorlitos en el primer combate serio. Sólo aguanta Merkel, su partido y su poderoso inspirador: el Banco de Alemania con su voz tronante. Lo curioso es que su aliento principal y casi único es fruto de un fundamentalismo atroz que, al igual que nuestros mandamientos católicos, se cierra en dos: amarás a Alemania, solo a Alemania.