Se percibe que el monstruo que todo lo arreglara, al menos en Madrid, Eurovegas, cada día esta más cerca de ser un proyecto viable y no la amenaza/esperanza que es en este momento. Lo intuyo porque el relajo en la prohibición de fumar en bares y restaurantes aumenta. Hasta tal punto llega el asunto que ejecutivos y repartidores hay que afirman que se fuma en todos lados, o al menos en los lugares adonde ellos frecuentan. Se han ingeniado terrazas que no lo son, biombos que nada separan, salas vacías que no lo están en absoluto y camareros zalameros que hacen favor al fumador con poderío y exigente. Y sobre todo una vista gorda de las autoridades tan decisiva como fuera esa prédica que iniciara la inolvidable Esperanza Aguirre: «¿Pero qué pasa?. ¡Los socialistas lo quieren prohibir todo!». Ahora no están ni se les espera y ocurre lo inevitable !llega la libertad!. Y, claro, ¿quien impide fumar?.
Confieso que, aunque antiguo fumador, no era partidario de la exigente ley de la enquencle Elena Salgado, pero me congracié con ella al descubrir nuevos colores en el vino de los restaurantes y observar como se dividía por tres el acarreo familiar de ropa al tinte. Y algo aún más determinante: por fin me atreví a entrar en el chigre de la calle travesera que siempre me pareció más una carbonería que lugar de chatos, futbolerías y risas. Así que pasaron unos meses desde la prohibición, y sin siquiera mediar una buena capa de pintura y dos pasadas antiparásitos, aquello empezó a oler a oreja a la plancha y gambas al ajillo, o sea, a bar y no a vaho del dragón en su cueva partida por una barra de zinc. Así que nos hemos acostumbrado a respirar bien en los lugares públicos y observar improvisadas terrazas en las puertas de los bares repletas de fumadores agitados que ora tirita, ora se abanican la entrepierna.
Pero, como observamos, todo muta. No quería ni pensarlo, pero me malicio que la norma que mayor favor hace a la salud pública, tras la generalización de las vacunas y el lavado habitual de manos, se podría ir adentrando a buen trote en ese terreno difuso que habitan tantas leyes en nuestro país que se cumplen con su incumplimiento. Al paso que vamos -y de no mediar el regreso de inspectores y campañas de sensibilización poderosas- antes de que Eurovegas abra sus timbas y otros revolcones nos habremos olvidado que existe una normativa que impide fumar en según que lugares y que existió una ley llamada Estatuto de los Trabajadores, que todo va unido.
La sociedad a la que ya apreciamos la cresta viene con las manías de todos los tiempos nuevos: matar o licenciar buena parte de lo mejor de las culturas abatidas. Porque, joder, ahora que habíamos logrado tener algunos de los mejores vinos del mundo en España, resulta que alcanzan unos precios tan prohibitivos que nos arrojan al inevitable don Simón. Algo parecido ocurre con la huerta -pimientos que son aire verde-, la carnicería y la lonja. Nos obligan a engullir un jamón que sólo lo es en un 10 por ciento y a tomar un pescado que sabe a harina de morralla, aunque tenga la forma de un rodaballo (igual es esta la razón que hoy hace padecer tanto a Pescanova, ja, ja). Nos dicen que la clave está en los precios baratos para que las empresas sean competitivas y el buche del pobre tenga algo más que se mueva en él que aire. Y que fume de nuevo el personal. Por cierto, ¿ conocen la marca de tabaco equivalente al Savin en los vinos?. Esa se va forrar.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en la Escuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.
