Vivimos un tiempo en el que lo insólito y extraordinario es la norma, lo cotidiano. Sin irnos muy lejos en el tiempo, el último jueves 25 de abril pudimos contemplar en Madrid un despliegue policial de hasta 1.400 efectivos, todo un ejército, con la misión de atajar una peligrosísima manifestación frente al Congreso de los Diputados de…1.500 personas. Ese mismo día, un modesto juez de lo mercantil de Pontevedra vino a echar una mano al buen juicio y sacó de la presidencia de Pescanova a un hombre, Manuel Fernández de Mesa, que se ha pasado por allí mismo todos los códigos de buenas prácticas empresariales. Hasta entonces no hubo poder o institución que apartara de la poltrona a un personaje con todas las trazas de ser un ectoplasma de Ruiz Mateos.
También el día 25 supimos que hemos coronado nuestro Everest del paro (6.202. 700 personas según la EPA). Cifra de escalofrío que el Gobierno recibió escondiéndose, aunque lixiviando por boca de su afamado tercera fila, Carlos Floriano «que el mal dato no ciegue los buenos resultados». Pero hay más, numerosos ejemplos nacieron el mismo día. Chirriaron los oídos de medio país cuando escucharon que ¡Bankia había obtenido beneficios!. Si, lo que leen: beneficios. ¡Ganó más pasta que el Santander!.
Adornado el panorama público con semejantes colores, ¿quién puede entender mínimamente lo que ocurre?. Sospecho que el primer gran despistado de España es el mismo Presidente Rajoy. Quizás sea esa maladie quien le lleva al refugio tras el plasma, a proceder a declaraciones bajo rigurosa lectura y a decidir que sus improvisaciones no vayan más allá de frases tan profundas como «lo hecho, hecho está» o «vamos a mejor».
Ni siquiera cunde la irritación, a pesar de la debacle. Nos instalamos progresivamente en el fatalismo de que no hay margen para mejorar ni siquiera con un buen gobierno. Puede que incluso sin pretenderlo Rajoy esté vivaqueando una inédita vía política, la que concluye en que el gobierno hace (o espera pasmado y mudo) lo que puede sin llegar a ser responsable de sus actos, pues lo que haya de suceder para mal a él se le escapa.
Es cierto, no obstante, que si se le ve diligente e implacable actuando contra escraches y otras protestas ciudadanas. En este empeño sí que está fuera del plasma, para nada se le adivina la cenefa de lo virtual. Habrá que ver – porque todo puede llegar según vamos viendo – como procederá el Ministro del Interior el día en que se agote, si ese fuera el caso, la partida de dietas con las que paga el abultado despliegue de los antidisturbios.