¡Paren esos Puentes!

Teresa Muñiz. Óleo sobre tela. 150 cm x 150 cm. Año 1996
Fotografía: Teresa Muñiz. Óleo sobre tela. 150 cm x 150 cm. Año 1996

 

Teresa Muñiz. Óleo sobre tela. 150 cm x 150 cm. Año 1996
Teresa Muñiz. Óleo sobre tela. 150 cm x 150 cm. Año 1996

La cocina, y su oceánico mundo, lleva un tiempo revuelta en España. Será cosa de la crisis que todo contamina o que nos hemos convertido en un país de cocineros; que la cadena alimentaria está en tensión a causa de un proyecto de ley intervencionista o que hay demasiados pobres que alimentar. O un poco de todo al tiempo. También tenemos fraudes de caballo y hasta ha habido bacterias coliformes que han emporcado las tartas de Ikea. Pero no vamos a detenernos en la batalla que libra Coca-Cola contra la pretendida reducción de azúcares en los refrescos y ni siquiera en la fingida prudencia de Mercadona ante los arreones a que viene siendo sometida por el lobby catalán de las marcas. Dejemos, pues, el barullo estar. Ya se desliará, o desvanecerá, cuando encuentre la salida.

En realidad, lo que me repica en la cabeza es por qué sabiendo que acabaríamos por llegar a estas situaciones delicadas no tratamos de evitarlas en su momento. Porque es evidente que si solo manda uno, se acaba en dictadura; porque se supone que si los mataderos no dan abasto para sacrificar más equinos por algún lado terminarán apareciendo sus trazas; porque es palmario que cuando los cocineros y sus propagandistas llaman a sus salas con palabras de sirena, aparecerá el engaño. Y cuando siendo conscientes de que todo es evitable, salvo la muerte y la mala leche, ¿por qué no somos consecuentes?.

Los filósofos, desde siempre, y los modernos sicólogos ahora, se dedican a buscar esa respuesta con resultados bien mediocres. De su razonado cavilar me quedo con dos aproximaciones al fenómeno: «Ante el afán de dinero (la codicia) no hay barreras posibles» y «mientras toca la orquesta, se baila». Y ahora nos toca bailar a la mayoría a la pata coja o a saltos, pues la historia nos dispara a los pies como un cowboy borracho.
Pero no nos entristezcamos, siempre aparecen personas sensatas y anticipadoras con más visión -y, acaso vergüenza que ese ministro que envía inspectores a quien hace paellas en carpas callejeras para el vecino o vende petardos a la chavalería -, que harán lo posible para que los desastres no alcancen la categoría de bíblicos. En tiempos pasados he conocido algunos. Y aunque sus éxitos hayan sido más proféticos que concretos, voy a relatar dos.

Año 87. El gobierno, con su presidente y vicepresidente al frente, decide construir el AVE Madrid-Sevilla. Noticia extraordinaria. Andalucía aplaude, los constructores para qué hablar. Hasta los franceses saltan de alegría. Sólo la oposición política parece mohína, pues no se les había ocurrido  la idea. Un grupo de ingenieros jóvenes y competentes recela. «Es una barbaridad. El coste será insoportable. Tendremos el tren más caro de Europa. Este país no puede permitirse pasar del Seat al Maserati en dos años». Luego, los políticos que se opusieron, al llegar al poder, decidieron llevar el AVE a todas las provincias de España. Y, como a pesar de su celo cementero, su construcción requería tiempo, inventan actos inaugurales sobre traviesas engalanadas. Hoy ya sabemos las consecuencias que traen las malas cabezas. Sin embargo, algunos persisten en el error y continúan construyendo el AVE hasta Galicia. Claro que un presidente y una titular de Fomento de la tierra tiran mucho.

Año 90. Calatrava gusta a los políticos modernos. La Expo de Sevilla está en obras. Se han proyectado dos puentes del valenciano sobre el Guadalquivir. El ministro del ramo se fija en los expedientes. Se mosquea. Llama a varios colaboradores y luego hace consultas superiores. Emite un juicio que es a la vez un grito: «¡Paren esos puentes!». Gran trastorno, no se puede hacer, no hay tiempo, hay que indemnizar…Al cabo, el puente que corría de su cuenta no se levanta. Los ingenieros jóvenes y capaces lo agradecen. Hoy Fomento tiene un problema menos. La obra de ingeniería de Calatrava -que le ha hecho rico y famoso- se desmorona en diversas partes del mundo por causa de lo que ya intuyeron esos ingenieros jóvenes y capaces: un mantenimiento imposible y un diseño frágil, o sea, primo hermano de lo efímero.

Así somos. Nos duele la cabeza de tanto escuchar los cantos de sirena. Nos atrae la moda y lo inútil. Hasta los novísimos platos se preparan destacando esos colores de las baratijas para atraernos como a nativos inocentes. Sin ir más lejos, casi ha pasado desapercibida la publicación del mayor hallazgo científico de nuestro país en materia alimentaria de los últimos tiempos: la dieta mediterránea evita el 30 % de las crisis cardiovasculares. Han sido lustros de trabajo por cuenta de numerosas universidades, laboratorios y hospitales públicos. Las conclusiones de sus estudios deberían de ser la materia prima de todos los planes de marketing de nuestra industria agroalimentaria para vender en el mundo y hacer que en nuestro país renazcan las antiguas cocinas de la abuela más ligeras y divertidas, pero igual de sanas.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en la Escuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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