Zapatero se despedía el viernes pasado de la política activa, pero no debemos hacerle el menor caso. No se irá. Es más, nunca dejará de ser político las veinticuatro horas del día. ¿Qué otra cosa puede hacer?, ¿en qué otra materia tiene conocimientos suficientes?. Miremos a sus antecesores en el cargo: Felipe González y José María Aznar ahí están bien presentes y atentísimos a todo lo que suceda a los suyos, a los otros y a los de más allá. Solo bajan la cortina cuando les sobreviene la enfermedad o la muerte. Les pasa a todos los políticos que han tenido gran presencia pública, notoriedad e influencia.
Recordemos a Pujol, a Bono o a Manolo Fraga que a punto estuvo de dejarnos sentado en el escaño. Felipe González los comparó con un jarrón chino por lo que lucen y estorban al tiempo. Pero tanto él cómo sus ilustres colegas «ex» no dejan de parlotear en mitad de los pasillos de la influencia. Así pues, al más modoso de los expresidentes, Zapatero, tampoco dejaremos de verlo. Algo se inventará, en alguna aventura con olor a poder y acaso dinero lo embarcarán, pues parece imposible que un expresisente español dedique el tiempo libre a sus perros y enhebrar unas memorias. ¡Y mucho menos a tareas solidarias o representativas tan aburridas!.
El adiós de Zapatero, en fin, se parece como una gota de agua a otra al de todos sus antecesores en el cargo: se marcha sin ser pasado por las urnas. Solo Felipe González perdió por escasos trescientos mil votos. Pero él llamó a su desalojo de La Moncloa derrota dulce. Ahora los socialistas tratan de salir de nuevo de otra derrota, ésta tremenda. No estoy seguro de que hayan empezado con buen pie ese viaje hacia ser lo que fueron, hombres y mujeres esperanzados siempre con la raiz en el pueblo.