Ahora ya sabemos por qué Mariano Rajoy no desveló nunca quién sería el piloto de la maltrecha economía española: no lo sabía. Dudando entre De Guindos y Montoro se le pasó el arroz hasta que no tuvo más remedio que decantarse…. por los dos. Claro que ahora sufre a causa de otro dilema aún mayor: ¿qué hacer para que los dos flamantes ministros de economía no se enzarcen en una temible pelea de gatos?. La respuesta parece ser él mismo, pues el Presidente del Gobierno, por primera vez en nuestra etapa democratica última, será quien presida la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, la instancia que entiende y decide sobre los temas de envergadura en esta materia.
Pero ésta no es la mayor sorpresa que nos trae la formación del primer equipo de gobierno de Rajoy, aunque sí la que más pueda afectarnos en lo inmediato. Es este un grupo repleto de amigos e incondicionales del Presidente, de aquellos que no le fallaron durante los largos años de calvario en el corazón del PP (¡si Aznar, Aguirre y Pedro J. hablarán!) y de aquellos otros con los que comparte copa y puro durante los últimos 20/30 años. Sin embargo, su desconfianza es tan proverbial que a ninguno le ha dado la autonomía suficiente. Todo el área política será controlada por su vicepresidenta, Sáenz de Santamaria, una suerte de ectoplasma de Rajoy, y él mismo se reserva las decisiones económicas. O sea, un gobierno de dos como, según nos trasmitía el viejo catecismo, sintetizaban los díez mandamientos.
Y existe otra nota, o mejor dicho, un aroma flota sobre la práctica totalidad del flamante ejecutivo: su notable ascendencia católica militante. La mayoría viene de pertenecer -o continúa- a organizaciones católicas conservadoras y viven la religión con la misma intensidad que la familia o los negocios. Son, en fin, un equipo PP neto, aunque más moderado que las formaciones de Aznar. Es decir, marianismo puro.