La Casa Real tiene últimamente demasiados tropiezos públicos. Pero no hay que dejarse engañar, ese tipo de resbalones suceden después de un largo tiempo de tensiones y preocupaciones internas, esas que no dan la cara casi nunca pero que se notan en la cara de sus protagonistas.
La Casa Real, y en concreto todos y cada uno de sus miembros más destacados, siempre fue objeto de comentarios privados no muy favorables. En ocasiones hubo (últimos años de Franco y alguna temporada con Aznar en Moncloa) que incluso fueron excesivos y alarmantes por sesgados y viles. Hoy no hablamos de esas preocupaciones.
Dominan las impresiones de que el Rey se nos hace mayor, que la Reina es como el Guadiana, aparece y deaparece, que el Príncipe de Asturias no acaba de convencer y… la Princesa. A las infantas, quizás para su bien, se las arrincona entre sus pasiones y otras desavenencias. Pero el ruido es alto. Parece que el poderoso eje de esa rueda, el Rey, no está sobrado de lubricante, chirría; y que a la fontanería de la Casa -en tantas ocasiones diligente y eficacísima- o no se la tiene en cuenta o está al pairo.
Los adversarios ocultos del Rey -muchos de los cuales halagan hoy al Príncipe– lo saben y dejan hacer y que se note el rum-rum todavía en sordina. Pero algunos toman notas de la verdad y la mentira con las que construyen relatos -qué cosa tan moderna- que solo deslizan en restaurantes de cinco tenedores, cacerías de invierno y fiestas con champán de la primavera-verano, que ya vienen.
Nadie, salvo cuatro exaltados de la extrema derecha o el republicanismo de ensoñación, quiere ver desenlaces no deseados, aunque son muchos los que pagarían fortunas por ver al Rey arrodillado y pidiendo árnica. En esas parece que estamos, o sea, con un panorama institucional algo más que chungo. Porque de Zapatero, hundido, y Rajoy, ¡ay, dios mío!, hoy no hablamos.
Un excelente análisis desapasionado sobre una Casa Real algo desatinada… Felicidades.