

En días como éstos es difícil explicar, o se diría más bien, entender cómo es posible que ese ente extraño para muchos (incluidos los que se dedican a él) denominado mercado financiero actúe de una manera tan agresiva como irracional, aunque si lo pensamos bien, esa conjunción de factores convergen en una sola definición, miedo.
Cuando el miedo se erige en el guía del mercado se dan situaciones muy curiosas, de lo contrario, no sería posible entender que con un tipo de interés del 1% en la Eurozona, el bono alemán a dos años pague un rendimiento más de un 50% inferior. Sin embargo, la respuesta es sencilla, el inversor paga por la seguridad que se supone le reporta un activo refugio como es la deuda alemana. Y decimos se supone, porque cuando se produce un estrés de mercado tan intenso como el actual, las volatilidades se disparan y, por lo tanto, los movimientos en el precio de los activos tan pronto te aportan seguridad como te restan dinero de la cartera.
Es increíble observar, incluso estos últimos días, como demasiados dirigentes políticos europeos no parecen inmutarse ante la acción salvaje del monstruo que nos acosa, pues el mercado y sus actores tienen mucho más poder del que pensamos. Habiendo sufrido la más dura corrección bursátil desde el crack del 29 y viviendo aún en las tinieblas de una corrección bursátil más dura de lo deseado, es incomprensible que no se haya abordado a nivel global una corrección severa de esa desregulación en la que aún se mueven determinados derivados financieros. Por eso el miedo de estos días no es gratuito ni incomprensible. Además, si bien es cierto que el ataque especulativo que está sufriendo Europa del euro es terrible, creemos que aún no hemos visto lo peor.
Por ello es preciso recalcar que en el caso actual no hablamos de la quiebra de un banco de inversión, ni siquiera hablamos de la quiebra de la mayor aseguradora mundial, hablamos de que a niveles de mercado, la prima de riesgo exigida a un país de la Eurozona ha sido tan alta, que directamente ha descontado su bancarrota. Hablamos de Grecia, sí, condenada a una reestructuración fiscal que a nadie le gustaría sufrir en sus carnes.
Pero los que han multiplicado de manera exponencial sus ya ingentes riquezas con este hecho, a pesar de los 10 millones de griegos que sufrirán durante muchos años la peor crisis de su historia, no son los únicos culpables, sólo participan en un juego que no está reglado y en el que, por tanto, es fácil hacer trampa.
El mercado es un tiburón que huele la sangre a muchos kilómetros. Cuando sangró Grecia probó bocado, vio que era presa fácil y se la acabó comiendo, era un pez pequeño. Ahora huele la sangre en Portugal y España, peces más grandes pero tampoco el predador está notando gran resistencia y, como no sea rápido el arponero, también se las acabará zampando.