Vencer a los mercados es imposible, además de una empresa de ignorantes; sería tanto como detener el viento o mudar el destino de las aguas cuando embravan. Pero al igual que inventamos materiales flexibles que se adaptan a las envestidas de los hijos de Eolo y las presas detienen las fierezas frías de la naturaleza, los mercados financieros han de ser estudiados con atención hasta descubrirles esas fallas por donde se les pueda discutir. Sin mercados libres gobernaría la pobreza y la tiranía pero actuando ellos a su albedrío sin más control que su propia avaricia, este mundo sería un pudridero para las gentes sencillas. Esos mercados, cuya mala conducción llevó a nuestro mundo occidental a su peor depresión económica y que los gobiernos hubieron de apuntalar para que su caída no arrastrara al mundo, nada más salir de la convalecencia vuelven a las andadas. Como las fieras agrupadas, atacan sin piedad a aquellos miembros de la manada que parecen más débiles, o lo son, tienen menos poder o jerarquía. Eso ha ocurrido hace unos días con España. A punto han estado de darnos un nuevo disgusto. Por fortuna ha resultado que somos menos débiles de lo que aparentamos. Ha ocurrido algo parecido a las primeras semanas de la crisis. Entonces cayeron bancos por todo el mundo, aquí ninguno. Muchos no se creyeron del todo nuestra fortaleza y cuando han podido han intentado un nuevo zarpazo sobre nuestra economía. De nuevo han salido con las uñas rotas. Pero nosotros estamos bien maltrechos después de tamaña brega. Posiblemente no soportemos una nueva carga. Por ello, es hora ya de que unos abandonen su afán de llegar a la Moncloa incluso a costa de gobernar sobre un solar, y otros que pongan orden y método en su quehacer político. Ya está bien de que parezca que la improvisación es la norma y que la derecha extrema sea el único narrador de esta historia. El Rey tiene razón al moverse a favor de grandes acuerdos. No le han hecho mucho caso de nuevo.