Me comenta un corresponsal amigo en Londres que los ingleses continúan flipando con la aventura empresarial española que se queda con todo o parte de algunas de las marcas cimeras del Imperio. La penúltima se refiere a la fusión entre Iberia y British Airways. El nuevo presidente del grupo será español y la sede social (donde se pagan impuestos), también. Pero antes ya fueron Botín o Sánchez Galán o los del Pino o César Alierta quienes agarraron suculentos activos. Y alucinan los british porque, también ellos como la mayoría de los pueblos, viven generalmente encamados en los tópicos. Nos ven aún como primos hermanos y vecinos de los moros, crueles y arrieros de burros por esas sierras de Dios. Nuestro siglo XIX y luego la explosión de la guerra del 36 siguen impresos en sus retinas, sus libros y recuerdos de tal manera que parecen indelebles. De forma parecida opinan los franceses y otros centroeuropeos y nórdicos. No obstante, en el caso francés aunque moleste a muchos españoles, la cosa no es tan grave. En buena medida sienten admiración y simpatía por los españoles. Algunos sostienen que por causa de nuestra manera romántica y rotunda de manifestarnos. Así las cosas, las instituciones españolas harían bien en preparar road shows atractivos y permanentes en el tiempo para darnos a conocer en la Europa profunda. Parece que cincuenta años visitándonos como turistas no les ha servido para que cambien la opinión atávica que tienen de nosotros.