De campaña

Las campañas electorales son un tostón. Y la que soportamos estos días es probable que supere todos los límites de hastío y somnolencia. Se trata de Europa y resulta que el gran enredo está en sí el presidente del Gobierno puede o no ir a los mítines de su partido en avión oficial por motivos de seguridad y otras servidumbres del cargo. Por su parte, el PP ha decidido convertir en estrellas de campaña a sus principales imputados por corrupción y similares, además de otras figuras abrasadas por su ejecutoria y el paso del tiempo. Se habla de todo menos de Europa porque los propios partidos han concluido que no «se llega a la gente» hablando de «cosas lejanas y áridas». Lo que no se preguntan, como hacemos progresivamente más ciudadanos, es por qué debemos ir a unas elecciones europeas de estas características y  en estas condiciones. ¿Cómo podemos ayudar a que crezca Europa con los ripios que ponen a nuestra disposición?. Somos muchos los preocupados por esta deriva de la Europa institucional. A medida que Bruselas asume más poderes, más desconocida nos resulta y más cuentas les pedimos a las autoridades más próximas por todo. Construimos un mundo multipolar y globalizado al tiempo que nos dominan como nunca en las últimas décadas las necesidades más ancestrales y primarias como son el paro, el techo, la seguridad y el gusto por nuestras verbenas, romerías y el fútbol. Claro que los políticos no nos lo ponen fácil. Con mayor o menor descaro van a lo suyo: mantener el poder o arrebatárselo al otro. Para alcanzar ese objetivo, y desde hace varios años, se ha instalado en el todo vale. El debate político se ha convertido en la mayoría de las ocasiones en una macedonia apestosa. El penúltimo descubrimiento feliz del PP es transformar en activos electorales a sus acusados de mangoneos varios. Puede que le salga bien. Sin ir más lejos Berlusconi es primer ministro de Italia gracias al apoyo muy notable de sus ciudadanos.