El juez Garzón está recibiendo una buena tunda. La instrucción, por su parte, del sumario que ha llevado a la cárcel y la dimisión de sus cargos públicos a numerosos personajes del PP es la causa. A los populares les sienta muy mal que se les acuse de mangancias. Ellos, como sentenciara ya en su primera legislatura en la Moncloa Aznar, creen que son incompatibles con la corrupción. Por tanto, cuando algún juez, fiscal, policía, medio de comunicación o político adversario alumbra una sombra de sospecha sobre alguno de ellos, no dudan en reaccionar, incluso con brutalidad, contra el que denuncia, instruye, sospecha o acaso afea algún acto o acción de alguno de ellos. Incluso, como es el caso, entran en tromba contra todo y todos. El caso Correa es así el fruto de «una conspiración contra el PP» cuyo «cerebro» es el ministro Rubalcaba «al mando de una policía política», que instruye un «juez socialista», Garzón, ambos ayudados «como siempre por los medios de comunicación del grupo Prisa».
Claro que estas razones no explican cómo hay gente en la cárcel, varios dimitidos y un presidente de la Comunidad de Valencia que no logra decidirse por si pagó o no sus trajes. Por ello están obligados a hacer «buenos trajes» a los que les investigan o acusan. Garzón, así, aparece como un avaro que cobra miles de euros por charlas y conferencias; no se priva de cacerías y francachelas, en tanto que bordea la prevaricación. Y el sastre «no tiene título de sastre, es solo un jefe de ventas (…) un mentiroso». Los socialistas,… bueno, estos ya se sabe: a sacar tajada de la conspiración. Así las cosas, todo apunta a que Garzón pudiera estar cerca incluso de perder la carrera y el sastre de morir civilmente. La moraleja de este cuento está escrita hace años: nadie que acuse, incluso con fundamento, de corrupción al PP se puede ir de rositas. Todos terminan heridos o algo peor. Es también un aviso para nuevos y bisoños navegantes.