De paseo con el perro

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

A los hombres nos gusta fantasear, imaginar otros mundos diferentes, siempre superiores y más perfectos que el nuestro. Algunos – más de los que podríamos suponer – incluso tienen una mente tan habilidosa que los lleva realmente a vivir en ellos. Los confines de su imaginación los sitúan en reinos de miel entre hadas voladoras; menudean los reyes del harén y hasta directores generales de grandes cadenas de restaurantes se creen. Somos capaces, en fin, de soñar mundos mejores de manera permanente.

Estas semanas del Covid-19, también. Cada uno de nosotros, espoleado por las emociones tan vivas que nos provoca el cambio tan radical de nuestra forma de vivir y contemplar el mundo, se viene haciendo una composición del tiempo que vendrá después del enclaustramiento forzado: su película de mañana.

Hasta el balcón de la casa, tan socorrido y frecuentado los últimos días, los aperitivos telemáticos con amigos, las redes sociales, la televisión, los juegos, los libros y la novedad de tener que soportar a toda la familia todos los días de todas las semanas, nos llegan noticias, sensaciones, emociones y certezas con las que vamos imaginando el boceto del inmediato porvenir.

Los periodistas, que tienen la obligación de entregar a una hora determinada de cada día, y todos sin faltar, 1.200 palabras de Word, también están en esas. Están obligados, como tantos, a permanecer la gran mayoría trabajando en casa y han de nutrirse de aquello que retuvieron y, sobre todo, excitar su espíritu más creativo. Así que vuelven buenos artículos o reportajes literarios y hasta asoman en ocasiones arreones de periodismo gonzo o invasivo.

 

«Esta crisis nos ha mostrado lo desarmados que estamos como sociedad».

 

Con   retazos de estas lecturas, imágenes, comentarios, chistes y llantos que van llegando, también yo voy rayando mi propio boceto con el carboncillo que dejan tantos impactos. Así, observo que hay una parte no despreciable de nosotros que vive como en unos días navideños un tanto aprensivos; en el límite que va de un año que ya ve el siguiente, sobre el que proyecta sus mejores deseos:  el próximo año distribuirá felicidad, trabajo y caramelos.

Algo de eso hay en el ambiente. “Cuando salgamos de esta, la primera vez que nos encontremos no nos van a echar del restaurante, nos tendrán que transportar”, dice uno. “Y viajaremos a Berna y después nos bañaremos en el estrecho de Bering”, oímos a otros. Muchas historias de esta guisa. Sí, observo demasiado optimismo futuro. Pero ¿será cierto? ¿Sucederá que algunos de estos deseos puedan cumplirse? No lo tengo tan claro; diría que todo es oscuro y nada me dice que pueda aclarar. Incluso irá a peor. Este optimismo (¿puedo decir ingenuo?) debe ser consecuencia de una determinada respuesta psicológica a una situación inesperada y desasosegante.

Sospecho que será así porque esta crisis nos ha mostrado lo desarmados que estamos como sociedad. Si los gobiernos no pueden garantizar que haya mascarillas para sus sanitarios y a millones de ciudadanos les es imposible pagar el alquiler al primer mes de estar desempleados, ¿qué podemos pensar? Si los autónomos no pueden, en su mayoría, sobrevivir un mes sin ingresos y las endeudadísimas arcas públicas tienen que acudir en ayuda de decenas de miles de empresas porque no soportan quince días o un mes de cierre. Si hasta un gigante como Burger King, con miles de restaurantes en todo el mundo, no se hace cargo del alquiler de sus locales desde el primer día que se decretó el cierre de estos establecimientos, ¿qué debemos pensar?

Si el virus ataca al mundo y cada país se defiende cerrando sus fronteras, ¿qué cooperación puede haber para atajarlo? ¿En la autarquía se inventa más y mejor, se crece económicamente? O, en nuestro caso, ¿volvemos a fabricar el Biscúter toda vez que somos capaces de producir respiradores en las instalaciones de Seat en pocos días? Sin embargo, parece que nos gusta esta marcheta.

Casi medio centenar de laboratorios y otro tipo de centros de investigación se afanan en buscar una vacuna (estará en un año, dicen) que nos salve del covid-19. ¿Por qué no trabajan en coordinación? ¿Por qué no podemos obtener la primera patente del mundo y no de USA, Suiza,  Rusia o Corea?

 

«¿Será el perro un complemento del afecto humano que necesitamos?»

 

Se pronostica que llegaremos a ser mejores ciudadanos, más solidarios. Y bueno, ¿desaparecerá el veto de Alemania, Holanda y otros países para sufragar entre todos los europeos el combate contra el virus y sus consecuencias económicas, políticas y sociales, o seguiremos a la gresca? O más cerca aún, ¿permitirá, dado el caso de necesidad, Castilla-la mancha abrir sus hospitales a enfermos de Madrid? ¿O Murcia de Valencia? ¿De verdad nos creemos los más solidarios del mundo? Ahora cabría recordar esa muletilla que se hizo tan famosa en una serie muy vista: un poquito deporfavor’.

Lo más probable es que millones de personas volvamos a protagonizar una nueva etapa angustiosa para sobrevivir con una cierta dignidad, y las empresas – muchas empresas – estarán tiesas durante tiempo, cuando no quebradas; y los Estados, endeudados hasta las cejas, con escasa posibilidad, entonces, de dar eso tan expresivo que llaman “un golpe de timón”.

Me conformaría en este momento con que continuáramos imaginando, fantaseando si quieren, con la imagen que nos proporciona el filósofo Gómez Pin en un artículo publicado en El País del 31 de marzo. Habla del crecimiento de la soledad, la frialdad de nuestros días y la búsqueda de afecto en los animales. Lo vemos todos los días: en las calles hay más personas con perro que caminantes a sus quehaceres. ¿Será este animal un complemento del afecto humano que necesitamos o acaso es el último tren de los cariños que pasa?

Lo que sí parece cierto es que el coronavirus ha encendido numerosas alarmas a la vista de todo el mundo como para que la humanidad se tome muy en serio, aunque solo fueran unas pocas de ellas. Sin ir más lejos, deberíamos reparar en la endeblez de los gobiernos nacionales, a pesar de su protagonismo presente,  frente a  la robustez de las empresas tecnológicas  y sus misiones, que cada día suben un peldaño más en el control ciudadano y, por tanto, del mundo.

¿Una nueva sociedad más empática y solidaria? No es esperable de momento. Aún estamos picando en los cimientos de un nuevo edificio.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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