El garbanzo y el ruiseñor

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Son apenas trescientos metros cuadrados sembrados. Sus matas primaverales, que apuntaban con rabia al cielo hace dos semanas, hoy rastrean sobre la tierra ocre y húmeda. Una semana más y lograrán tocarse en sus tallos más fogosos. La primavera es así de generosa. Tres o cuatro días lluviosos y templados tienen el efecto del milagro. La vida verde es la más lozana y feliz de todas. Si le buscamos un parecido con la nuestra, la caliente y lenta de los mamíferos, diríamos que nos asemejamos a ella cuando somos cachorros juguetones, inocentes y libres. Ni sus brazos verdes temen estirarse en la lejanía, ni las torceduras y caídas amilanan nuestras carreras. Se trata sencillamente de jugar y crecer mientras el mundo se pone de nuestro lado.

La pequeña tabla sembrada bajo el terraplén de la carretera que me ha detenido y he fotografiado, es un fragilísimo campo de rizadas matas de garbanzos. Si la primavera se da bien, el bicho no ataca y el sol de junio se apiada y no calcina, el abuelo que la cuida y mima recogerá ochenta o cien kilos. No son muchos ni pocos pero le valen: quince o veinte para él, que ya está solo, y el resto para sus hijos, en Madrid uno y en Bilbao la chica.

Siembra como toda la vida, aunque desde hace unos cuantos años sin ayuda de las mulas. Una máquina a motor voltea y cierne la tierra en una hora. Luego todo lo realiza ayudado de su vieja azada que aún voltea con seguridad sus muy usados brazos de roble. Su filo redondeado y cortante se proyecta sobre la tierra con la fiabilidad y seguridad que transmite el cirujano a su bisturí. Todo a ojo y todo simétrico. Dos o tres garbanzos cada medio paso y ya está. Los surcos alineados con anterioridad van a dar a las plantas una horizontalidad  perfecta sin necesidad de tirar el cordel del albañil que tanto sirve al oficial de obras.

“Dos o tres garbanzos darán cien, sin hablar de mis dolores de espalda, jejeje”. Los últimos días de julio, o puede que en agosto tras las fiestas de santa Ana, llevará las matas sequísimas a la explanada dura y escueta  junto a la carretera. Allí, cubierto de su sombrero de paja eterno, sentado en una banqueta de madera y una larga vara de castaño por toda herramienta, apaleará los haces durante dos días hasta que las aguerridas gavillas de garbanzos, acorraladas  y rendidas, decanten el fruto sobre el cemento. Luego los pasará “almorzá tras almorzá” por la criba y distribuirá su tesoro en tres montones: la paja con más granza y palillos, para la yegua; la fina y alimenticia que cayó bajo la criba, para los conejos y las chivas; y “los garbanzos para mí”.

 

La última esperanza

 

Lo anterior es cierto aunque parece irreal, un cuento del pasado, estampa viva de la escasez, el hambre y la opresión. El trabajo de este anciano de 89 años – “para entretenerme y pasar el rato” – lo lleva a cabo una empresa agrícola de alto rendimiento en un suspiro. Y todo nos parecerá idéntico. Tierra roturada y bien alimentada, semilla seleccionada y en perfecto estado, maquinarias programadas para que se claven en la tierra, tapen la semilla y le den el último beso de abono.

Pero no es lo mismo. Nuestro abuelo extremeño mantiene una cultura milenaria que se pierde con idéntico llanto que despedimos a tantas especies animales y plantas. O dicho sin meandros: la desaparición de esta manera de traer garbanzos acarreará la muerte de más especies con su belleza y sus cantos. A doscientos metros de su mínimo garbanzal aún cantan los ruiseñores celosos y protectores de sus nidos y polluelos que ya rompieron el cascarón. Se oyen los verderones y los pardillos. Luis asegura que este año le toca venir al úbano. El jilguero y las oropéndolas aparecerán en mayo cuando la humedad vaya a menos. Y que no nos dejen nunca los mirlos y las bandadas agresivas de rabilargos, porque cada año se ven menos. Y los gorriones, pues esos sí que son nuestra última esperanza.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Cerrar

Acerca de este blog