Comer bien

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Existen innumerables maneras de comer bien, basta con que en la ingesta sonriamos a menudo y crucemos ojos cómplices con la compañía, o, de comer solos, imaginemos en el tránsito de masticar escenas felices o plácidas sin más. En la acción de comer interviene tanto el ambiente y el estado ánimo como la materia prima (y cómo viene preparada y presentada) que hacemos papilla y emoción en nuestra boca. Comer es satisfacer una necesidad ineludible y compartir con quienes nos acompañan en la mesa. Se trocea el pan y se ofrece; las ensaladas, el embutido y hasta las recién nacidas burratinas se mueven de mano en mano sobre la mesa como antes bailaba la bota jugosa de vino.

Claro que hay comidas oficiales, comidas de compromiso, comidas en otro país y comidas con extraños que resultan embarazosas y difíciles de gestionar, comidas que en el fondo nos parecen falsas pero que disfrazamos con la anécdota banal que contaremos luego: «Comí con el presidente de la Castilla y León» o «Menudo postre sirvieron en la boda del hijo de la baronesa de…» Pero éstas nos interesan menos porque no nutren: son de compromiso o por interés, tienen el atractivo de esa cerveza ausente que tomas mientras esperas a alguien, o la languidez que te embarga en ese rato de móvil que te das para perder el tiempo.

Comer es satisfacerte y sentir, encontrarte a gusto durante y después del último bocado. Es por ello que acudo en cuanto puedo – menos de lo que desearía, en todo caso – a lugares como el restaurante El Nueve, de Luis Barrutia, en Madrid (Calle Santa Teresa, 9). Es una taberna centenaria, acicalada hace unos cuantos años, que recibe con una barra – otrora soporte húmedo de vino de frasca – rebosante de tomates enormes y olorosos bajo los que asoman un número apretado de latas de conservas vegetales y los ojos escrutadores de dos camareras morenas que te buscan entre los corpachones de tres clientes que beben unas cañas junto a la barra.

El Nueve es tres o cuatro mesas contra la pared frente a la barra y dos salas enanas atestadas de pequeñas mesas alrededor de las que nos apiñamos no más de treinta personas. ¡Pero qué apreturas más agradables! Allí acuden gentes del barrio de Justicia, ejecutivos jóvenes de empresa, profesionales de la comunicación, la publicidad y el artisteo y algún extranjero informado. Clientes todos que, si se lo proponen, pueden no ser ruidosos como es el jovenzuelo fogoso en grupo o el abuelo sordo. Así que se puede mantener conversaciones sin que molesten intromisiones verbales, aunque en ocasiones roces la montura de las gafas en el cogote del vecino de mesa.

 

Un ¡ole! alto 

 

Luis Barrutia toma la comanda apoyando el trasero en la posadera que encuentra más a mano: una mesa, una silla, la pared o la espalda misma del conocido que pasa por su lado en aquel instante. Siempre trae al menos dos o tres platos fuera de carta. El último día que estuve cantó un plato de no-menestra que pedimos. Deliciosa. Diversas verduras hervidas sobre una salsa-puré de patata preparada con caldo de verduras en la que destaca el nervio inconfundible del puerro. Y antes, una ensalada de tomate que terminamos chillándola de gusto. De cierre un trozo de carne asada al carbón que los jóvenes de la mesa de al lado, que también la comieron, despidieron con un ¡ole! alto en el oído de la hija de Luis, también anotadora de comandas.

El Nueve es una taberna de cocina casera servida en platos razonables donde destacan las viandas preparadas al carbón de la vieja cocina autárquica que nunca fue levantada en las diferentes reformas que ha sufrido. La tortilla de patatas semicocida con trufa y el arroz a la madrileña son un lujo. Los diversos revueltos y tantas latas exquisitas, también.

Es otro de los restaurantes-hallazgo que encuentran los sabuesos periodistas de lo bueno y barato. Hasta él me llevó hace años el periodista zarzalero de RNE en los pasillos del Congreso de los Diputados, Pedro Fernández Céspedes. Luego coincidí con otros muchos: Carnicero, Carlos Santos, Noceda… La última parada la mantuve con Agustín Valladolid. Claro que en esta ocasión no vi por el local a ningún Pérez-Solero publicitario, ni otros de su gremio y grey. ¡Cuántas partidas habrán echado estos creativos en sus larguísimos asuetos de reflexión y wiski!

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

Un comentario en «Comer bien»

  1. Nadie con un mínimo de sensibilidad podrá eludir la obligación (y el deseo) de conocer esta joya de El Nueve. Ya tenemos hoy mesa reservada para celebrar una buena noticia y digerir otra ni tan buena. Gracias, Pepe.

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