Soria: el vientre de la verdad

Teresa Muñiz Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Fotografía: Teresa Muñiz Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008

Soria, con el río Duero que la parte a besos, sus sabinares de otros tiempos geológicos, la encina parda y el olmo distraído entre tantos meandros silentes, llama a mis recuerdos todos los otoños. En la memoria se me encienden inmensas acuarelas de cielos blanquecinos y colinas suaves, hoyadas aquí y allá de cuérragos caprichosos, y una sobrecogedora despoblación bendecida por el aire más limpio de España. Enfilando por el Cañón de Río Lobos, la naturaleza pura, que se mueve invisible, se te cuela por el pecho hasta el dolor. Nadie sabe si es un oxígeno excesivo o el amor del paisaje hecho de siglos, memoria y silencio, lo que produce el asombro de sentirte pleno: lo más cerca de la felicidad.

Esta Soria de románicos desmochados y cobrizos donde siempre vuelan exactas las palabras del poeta, se regó de casas rurales durante los últimos años. No hay pueblecito, pedanía o soledad de piedra que no tenga una o más de estas casas de acogida. Muchas de ellas se las está llevando el vendaval de la crisis y, de no mediar algún remedio económico, pasarán a engrosar pronto ese listón de centinelas de barro fosilizado como son tantas poblaciones de sus comarcas.

Pero estos días llegan las setas, las trufas y la caza; sale el vino joven y los primeros crianzas. En las pocas fondas abiertas, las casas rurales con plato y los restaurantes en punta se ventea el boletus y el níscalo, y el humo de los asadores es azul y algodonoso: huele a resinas minerales y a romero. Todo en estas recocinas o restaurantes, la mayoría pequeños, casi recovecos, sin embargo, te transporta hasta los paisajes abiertos, transparentes y cendrados de aquellos campos. Un cocinero pionero en el festejo de la seta y la trufa de Soria, Juan Pablo Felipe, dice que imagina aquellos paisajes y los recrea en sus platos. Es por ello que su restaurante DiezyMedio llama la atención cuando no utiliza el «plato para emplatar», sino la superficie misma de la mesa, justo a la vera de una cocina decorada con la naturaleza que vemos al pasear.

Sí, la Soria de estos días de otoño aún tibios, que se prepara para el viento del norte y la primera nevada, es un degustadero de setas. No hay pueblo o establecimiento hotelero o de restauración que no tenga su reclamo micológico. El cordero y la eterna legumbre se hacen a un lado para dar preferencia al pastel de setas o los merengues de trufas, de tal suerte que algunos restaurantes con mano sensible se transforman en pequeñas orgías para los sentidos. Desde el crepitar de las planchas a la vista hasta el vuelo del olor del boletus, que se tatúa en el alma como el beso de la mujer decisiva, todo es un baile fastuoso de grandes sensaciones cosidas por la aguja líquida del vino (por cierto, el Silentium crianza de 2010 recién salido de la bodega es excelente).

En fin, Soria es esa joya lejana que resiste gracias al abono milagroso de los versos del poeta y el amor de su pocos hijos, incluyendo los trasterrados. Acompañar a algunos de estos últimos, pongamos que a San Esteban de Gormaz o la ruina mítica de Calatañazor, es como viajar por el vientre de la verdad.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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