Gateamos sin remisión hasta el invierno. El día es casi una penumbra de sí mismo. El viento arrastra las hojas con la guadaña invisible del frío, y las ramas y las faldas de ellas adquieren el mecido propio de la helada silente que se aproxima. Apetece el dulce intenso, el relamido goloso del néctar Seguir leyendo
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