
“Hoy es el primer martes después del primer lunes de noviembre”. Todos pendientes de Norteamérica en el día de sus elecciones presidenciales. Esta fecha llega cierta y con persuasión creciente desde hace décadas: desde que comenzamos a tener un televisor en la sala principal de nuestras casas; desde que JFK apareció cual figura humana de poder y sexo, algo así como la reencarnación milagrosa de un hombre-dios homérico, digamos que un Aquiles católico, encantador y adicto a las alcobas, o sea, a la posesión.
Hoy es uno de esos días imposibles de olvidar; está en la agenda pública mundial más señalado que ningún otro acontecimiento: los norteamericanos eligen presidente, que será también nuestro de alguna manera, porque así viene ocurriendo desde hace décadas; porque así siempre lo quiso Washington y porque así lo necesitamos los muy acomplejados y voluntariamente obedientes europeos.
En esta ocasión (2/11/2020), la burbuja de nuestras emociones políticas ha dispuesto que tenga el grosor del géiser: si vuelve a ganar Trump… (ponga lo que quiera, será con toda seguridad excesivo). Y así estamos: atragantados. Mas, ¿es para tanto? No. En realidad, de todo lo que pueda suceder en este caso ya nos hemos hecho cargo. Lo más: continuará la tormenta; las rocosas instituciones norteamericanas resistirán hasta donde puedan pero, en cambio, el mundo estará más alerta que nunca. Esquivar los zarpazos de la fiera será la prioridad, y Europa deberá decidir con urgencia que hasta aquí llegó el tiempo de la dependencia (y de los agradecimientos por los servicios prestados) de los Estados Unidos.
«Europa debe cortar el cordón umbilical que nos une con USA».
Nada nuevo. En realidad, ya lo dijo Ángela Merkel a los pocos meses de observar cómo se comportaba el inquilino de la Casa Blanca y cuáles eran los movimientos de sus lebreles en los organismos internacionales de relevancia y las principales cancillerías del mundo. Claro que se quedó corta quizás por prudencia.
Europa, con Trump o Biden en la Casa Blanca, debe de ir dando pasos para cortar el cordón umbilical que aún nos une con USA en materias como la ya citada defensa o políticas comerciales, tecnológicas, científicas y otras. No tiene más remedio que actuar en esa dirección si no quiere quedar convertida en un “sándwich geopolítico” entre USA y China. La batalla por la hegemonía del mundo que libran China y USA no debería tener como campo de batalla las llanuras verdes europeas. Demasiadas guerras se han mantenido en ellas. Las bazas de la paz, la distensión, la democracia y la cooperación internacional no deben ser consideradas sin más como las perdedoras en el choque que nos lleva a una nueva era. Ni siquiera la del euro como una de las grandes monedas del mundo.
Así que, con cualquiera que ocupe el despacho oval a partir del próximo enero, Europa debería describir sus relaciones con parecida caligrafía. El mundo que estalló con la caída del Muro de Berlín tardó en dar la cara, pero una vez conocido, poco tiene que ver con el que nos llevó a rebufo (y a la orden) de Norteamérica. Se trata de que trabajemos con todos defendiendo nuestra autonomía en un mundo multipolar. Los nacionalistas y caudillos (o camorristas) europeos solo nos harán más débiles y dependientes.