Desde que Pablo Casado pronunciara el pasado jueves EL DISCURSO que aplastó el alma cubierta de orín de Santiago Abascal, parece que en nuestro país no hubiera sucedido otro acontecimiento más decisivo y tronante desde la aprobación de la Constitución en referéndum. Sus múltiples propagandistas lo elevan a la categoría de aquel “sangre, sudor y lagrimas” de Churchill y hasta el mejor Kennedy de “qué puedes hacer por tu país”. Acontecimiento político de primera magnitud que Génova anima con detalles tales como: “es un discurso muy suyo (…) escribe bien, habla muy bien…” Vale. Lo damos por bueno o muy bueno si se prefiere.
Ocurre, no obstante, que la realidad en este tiempo la impone el viento cañonero de la covid-19. La infección atasca los hospitales, llena morgues de nuevo y el Gobierno impone el estado de alarma otra vez. Ante evidencias de tamaño peso, las palabras que no van unidas a la verdad tienen el valor caduco de la hoja de acacia. Bien pronto se conocerá si las frases leídas y bien entonadas por Casado en el Congreso de los Diputados vienen avaladas por el compromiso con la verdad o no fueron más que un efectivo artificio pirotécnico verbal con el fin de salir de la emboscada que le habían puesto sus amigos del partido del toro.
En todo caso, se trata de una iniciativa loable vestida de responsabilidad. Porque este país, “entre unos y otros”, lo venimos desfigurando de tal manera que no son pocos los observadores políticos y económicos y numerosos periodistas europeos los que se preguntan si no estaremos camino de convertirnos en un Estado fallido. El separatismo catalán tras las correrías de algunos de los suyos por diversos países europeos tras el referéndum del 1-0 del 2017 llevó a que algunos tribunales (y tribunas de opinión prestigiosas) dudaran sobre si efectivamente en España se respetaban las libertades. Ahora, la imagen que nos proyecta el espejo descompuesto de la covid-19 es hasta tal punto cruda que algunos dudan de si seremos capaces de trabajar unidos en la desolación de nuestra tragedia.
“Casado no se alejaría del catecismo político de Aznar”.
Porque el espectáculo político descarrilando de lleno en el territorio de dolor, miedo e inseguridad de nuestro país hace semanas que resulta insoportable. Tanto es así, que muchos adversarios del gobierno de Pedro Sánchez hace tiempo que pensaban (y en privado exigían) un paso parecido al que da Pablo Casado. Pero no las tenían todas consigo, pues el líder del PP – criatura de Aznar – no se alejaría del catecismo político del padre que no es otro que atizar al enemigo político con crecida contundencia a medida que el país las pasa más y más canutas. Entonces, el hombre de las Azores decía: “Estamos contra el terrorismo y contra el Gobierno”. Casado lo calcó: “Contra la pandemia y contra Pedro Sánchez”.
Ahora, anuncia que no comulga con la extrema derecha y coloca a su partido en posición receptiva y constructiva. Se comprobará bien pronto.