
Aún no están convocadas las elecciones señaladas para el 10 de noviembre (10-N) y el mundo Podemos ha entrado en bronca. Tomen al azar cualquier periódico de los últimos días y observarán grandes titulares que alertan sobre “la posible irrupción electoral de Errejón, que agitará el mapa de la izquierda” o cómo Mónica Oltra, de Compromís, apela a buscar “una única lista con Unidas Podemos”. Y todo ello sucede mientras Pablo Iglesias trata de que no le muevan las listas del 28-A, que le costó construir dios y ayuda, y sobre todo, evitar primarias aquí y allá. Vamos, que no le muevan un partido tan frágil como un nido de tórtola. Se entiende así con más claridad la certeza que puedan encerrar las palabras pronunciadas por Pedro Sánchez el pasado jueves 19 cuando desveló que “no dormiría por la noche” de haber aceptado las “imposiciones de Iglesias”. Porque, ¿se puede mantener un gobierno razonable y estable con responsables de un partido en desavenencias permanentes y en crecimiento? A Pablo Iglesias no le han gustado en absoluto las palabras del presidente en funciones y le llama con furia “mentiroso”; pero a la vista de todos está el alborotado corral en el que quiere ser único gallo. El penoso cierre de legislatura sin haberse estrenado siquiera trae también otro gran revuelo a consecuencia del fiasco de los emergentes Ciudadanos, Unidas Podemos… y Vox (la máquina a la que más cruje el cambio de marchas). Ahora incluso se empieza a ver como factible (y necesaria) la recuperación del bipartidismo tan denostado desde que el movimiento 15M saliera a la calle. ¿Puede haber acercamiento entre PP y PSOE si la tan cantada marabunta de la crisis económica concluye en rugido? Ambos partidos mantienen unas distancias que traspasan el horizonte. El PP, por ejemplo, aún sigue atrapado en su particular yenka política. Hace escasas semanas era un partido hermano de Vox, “sangre de su sangre”, y hoy, en la frontera del 10-N, se presenta como una opción política “moderada y progresista”. Y cuando se fotografían en el caballo de cartón de UCD que quedó en el desván, se revela que este partido – bajo el mando de Pablo Casado ya – continuó con sus engaños y trampas tradicionales. Creó 359 cuentas falsas de Twitter entre “los pasados meses de febrero y abril” para manipular en las redes sociales en plena campaña electoral de las generales, según revela la propia compañía. ¿Y qué decir de la militancia, votantes y simpatizantes del PSOE?. Solo con citar las siglas de PP se les pone el vello como escarpias. Demasiada distancia emocional y real; muy mal le tiene que ir el país para que confluyan en acuerdos de gobierno estables, y enorme ha de ser el liderazgo ( y el desgaste) de Sánchez y Casado para llevar esta nave política a buen puerto. Estos supuestos pueden o no hacerse realidad, pero antes deberíamos observar con preocupación la influencia, mayor o menor, que puede tener la abstención en los resultados del 10-N, y esa enorme excitación a favor de la misma desatada nada más conocerse el fracaso de Pedro Sánchez cuando no puede ir al debate de investidura por falta de apoyos. ¿Qué significa ese frenético envío de wasap y otras palomas mensajeras regalando una dirección web en la que registrar que no manden ningún tipo de propaganda ni otro material electoral a casa? De ganar millares de adeptos esta campaña (y otras más que llegarán), la abstención puede crecer más del doble de lo habitual. Este movimiento por la abstención (y el asqueo de los políticos) arranca de fuentes difusas de derecha, pero es el elector de izquierda el que más caso puede hacerle. Esa papeleta que no se envía disuade aún más el voto del poco ideologizado, el más débil, el desamparado, aislado y quizás el más pobre, el más desorientado, o sea, el elector potencialmente de izquierdas. |