Desiertos alimentarios (¡vaya rótulo!), el título de una película de los Coen, una expresión tan fría como la tundra siberiana en enero. Pero la utilizan de manera habitual los geógrafos y sociólogos, también en España; la conocen algunos periodistas que han tomado cámara de fotos y libreta alargada y se lanzan a las carreteras solitarias de la España vacía – espantando a las zumayas – en busca de sus contadas almas a la intemperie.
En medio mismo de la eclosión mundial de la comunicación digital más fenomenal, cuando un tuit salta océanos en nanosegundos y Amazon se hace propaganda llevando la novela de Juan Rulfo, “Pedro Páramo”, al último pastor que queda en la Alcarria, resulta que existen centenares (y puede que miles) de núcleos urbanos que carecen de una tienda o un supermercado. Y ello a pesar del meritorio esfuerzo que viene realizando en las últimas dos décadas la distribución en nuestro país.
Según Asedas – una de las patronales del sector de la distribución alimentaria – tenemos más supermercados (23.661) que farmacias (22.000), casi tantos como centros educativos (28.000); y la mayoría de la población (99%) está a menos de 10 minutos de una de sus tiendas de fresco. Pero no basta, ese 1% de personas restante se disemina entre miles de municipios, parroquias o pedanías carentes de tanto que casi están al albur de la naturaleza.
Nuestro tiempo tan raro viene produciendo tantos estragos también en el territorio que con seguridad no alcanzamos siquiera a imaginar su magnitud. Es cierto que llevamos años hablando de despoblación y abandono de gran parte de nuestro territorio interior, pero todavía desconocemos hasta qué extremos hemos llegado. La Comisionada del Gobierno frente al Reto Demográfico, Isaura Leal, y su equipo ultiman una estrategia para abordar el fenómeno por encargo de la última Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas reunida en 2017. Y se avisa que aportará datos demoledores. Prácticamente ninguna Comunidad Autónoma se salva de esta lacra moderna.
Los desiertos que nos descubrirán a buen seguro irán más allá de los físicos; los secarrales de esparto y erosión abrazan, además de los caminos y sus fuentes, a la escuela, el médico, la atención y cuidado del mayor, la seguridad de las personas y hasta la imposibilidad de acceder al dinero físico y a una modesta bolsa de magdalenas. Creíamos que los trenes veloces y las carreteras negras y relucientes que nos hemos dado llevarían vida y trabajo a esta España abandonada y de montaña, pero ha ocurrido lo contrario: sus pobladores más jóvenes aprovechan las infraestructuras para huir de sus desiertos.
Presos sin argolla
El objetivo de una mínima reposición de lo destruido se antoja gigante. Las administraciones públicas, por más empeño que pusieran, no llegarían a traspasar el primer umbral de tan abrupta pirámide, y la empresa solo acude donde obtiene rentabilidad. ¿Qué valor le damos al adobe descarnado o a la chimenea negra de brezos?
Sin embargo, nuestra obligación moral no debería prescribir jamás. Quienes definen como parques temáticos naturales las anchas comarcas que se extienden desde Guadalajara hasta más allá de los confines de la provincia de Teruel, o de Salamanca hasta los ancares asturianos y gallegos, deberíamos de tenerles como criminales del idioma. Cuando a un núcleo rural, que un día tuvo dos iglesias y hoy lo habitan solo siete vecinos, no llega un pan, una naranja o una aspirina, deberíamos asumir que todos hemos fracasado.
No obstante, la maestra acude alegre a la escuela de piedra; el médico llega cansado, pero con el corazón abierto y el repartidor de todo se presenta con el compromiso del que llega a salvar vidas. En ocasiones, subido en el borde de la camioneta entregando bolsas de congelado o papel higiénico, parece que repartiera artículos básicos de supervivencia a refugiados o presos en campos de concentración sin más valla que la lejanía y el abandono. Puede que hasta el 70% de nuestro territorio, o quizás más, y varios millones de personas sean presos sin argolla en la inmensidad de tantos desiertos que esperan otro auxilio que no sea el de marcharse definitivamente a morir a la gran ciudad.