La movilización de mujeres el 8M -un desborde asombroso que pasa a la Historia– traerá sin duda alguna consecuencias políticas, económicas y sociales de todo tipo. Y también morales, pues el rol del hombre en amplias zonas del mundo cambiará para siempre. Pero antes, mucho antes de soñar con “aquellas veredas del futuro”, se han escrito historias importantes, incluso primorosas, de miles de mujeres al calor de la movilización previa al acontecimiento del 8M.
No ha habido colectivo o profesión donde la mujer no haya dicho aquí estoy. Han faltado a su llamada, eso sí, las monjas de clausura y las mujeres del PP. Estas últimas tocadas además por el funesto traspiés de la huelga a la japonesa que propalaron tantas lideresas. En las largas listas de agravios y olvidos de la mujer no existe rincón donde no encontremos una o un millón de ellas cargadas de méritos.
En esta nota semanal dedicada a la vida y sus alimentos me quedo hoy con un ramillete de mujeres que hacen magníficos vinos en España. En este nobilísimo y muy sutil arte de edificar el buen vino, como en tantos otros donde la búsqueda de la excelencia es el objetivo de todo, el éxito y la suficiencia del macho empenachado por la publicidad y la fama también las mantiene en la penumbra a pesar de sus éxitos innegables.
Algunas revistas especializadas y activas webs de las mesas y los buenos caldos se han hecho eco de sus trabajos tan excelentes. Y recuerdan asombros como el propiciado por Alejandra Sanz, la mano que mece ese blanco de Rueda que conocemos como Menade, un capricho líquido tan auténtico como la tierra que le hace crecer y, al tiempo, un descubrimiento bucal tan liviano como trascendente. Un éxito que se encarama tanto en el maridaje de restaurantes de tres estrellas Michelin, como baja a la barra donde compartimos los demás mortales.
Disfrutamos del personalísimo y muy frutal tinto Les Crestes, el priorat que firma la enóloga Sandra Doix, celebrado en el extranjero con preferencia, pero del que algunas de sus botellas quedan rezagadas en los anaqueles más exigentes de las tiendas y bodegas especializadas patrias. Un priorat, en suma, para presumir de denominación de origen.
Otro blanco que “lo petó” desde el principio es José Pariente; una más de las criaturas minadas que parió Rueda, gracias, en esta ocasión, al talento y al gusto de Victoria Pariente, una grande de España en vinos que ha sabido modelar la bravía uva verdejo hasta convertirla en el alazán blanco más hermoso de la denominación castellana. Citar también esa obra española que viene realizando Mireia Torres en el Penedés llamada Jean Leon, un tinto singularísimo, fuera de nuestro gusto común, con el nombre de uno de los más afamados animadores de la restauración y la noche en el Hollywood clásico y dorado.
Imposible dejar de recordar a María Vargas, el alma que da el buqué a los “Murrietas” tintos y blancos; un milagro que se reproduce año tras año inspirado ora en la tradición francesa, ora arriesgando en gustos del futuro.
Y muchas mujeres más que aparecerán muy pronto para sorprendernos con su creatividad, arrojo y delicadeza. Porque todavía la bodega, como tantas otras construcciones humanas, sigue bajo la mano sarmentosa y mandona de ese hombre que, al ser preguntado por el vino que perfiló la enóloga equis, responde que no es bueno porque haya brotado entre sus manos, sino porque desde el principio se elaboró bien; que no importa que venga de la inspiración de hombre o mujer, que la cuestión de género no se nota en las características del vino, ni en su carácter, color, sabor o presentación. No quiere reconocer ese bodeguero múltiple tan extendido que en la mirada del diferente, que en el talento y la sensibilidad de ese otro llamado mujer, aparecen notas de distinción que hacen especial lo que siempre fue lo mismo.