Con el amanecer del año, redes sociales, prensa digital y vídeos por millones nos reciben con el anuncio de que la súbitamente poderosa productora norteamericana de televisión Netflix (que cambia el paradigma del cine en el mundo), lanza para conocimiento de todos una serie corrosiva de seis capítulos (Rotten) sobre el mundo de la alimentación, o de aquello con que nos alimentamos: qué comemos y quiénes nos abastecen y nos lo venden. En definitiva, quiénes sacían nuestros estómagos.
No es nada nuevo. El mundo de la alimentación, su producción, comercio, escaparate y venta es objeto de máxima atención por nuestras autoridades más inquietas o celosas, un gran abanico de investigadores que van desde el bromatólogo al laboratorio especializado en encontrar millones de bacterias, pasando por el policía y, como no, el periodista empeñado en buscar la verdad y el otro que contribuye a su escamoteo.
Elconfidencial del 6 de enero último quiso evidenciar la dimensión de este tinglado casi incomprensible, y daba datos como éstos: consumimos 58.000 millones de pollos al año, que serán el doble en 2.050; la mayor empresa cárnica del mundo ganó en 2016 50.000 mil millones de euros y, pasmémonos: ¡la industria del ajo mueve 40.000 millones de dólares de beneficio anual!
Lo nuevo está en que la entrada de Netflix en este jardín bastante hediondo se le antojará a buena parte de los poderosos (y quienes no lo son en absoluto) del sector un paso muy peligroso para su actual negocio. Pensarán que más allá de los arañazos localizados que produzca la serie, los osados peliculeros norteamericanos animarán a “dios sabe qué desalmados” a escarbar en sus jardines buscando ocultos vertederos, pues decenas de miles de contraculturales y otros activistas emboscados en agencias de tutela pública, o fuera de ellas, medios de comunicación y partidos políticos en busca de notoriedad y votos se sentirán llamados a ello.
Netflix, sin embargo, anuncia sólo la emisión de seis capítulos que tocan temas, si no tangenciales, al menos no centrales o claves de este sector económico. Pero muchos pensarán, seguramente con razón, que se trata de la puntita nada más de un campo que tiene tantas varas como los más vastos campos de mimbreras del mundo juntos.
La serie se acerca a una sonada estafa producida en Estados Unidos hace unos años: vendieron millones de kilos de algo que llamaron miel cuando en realidad era un menjunje chino adulterado con cloranfenicol. Ponen el dedo en la llaga del aumento alarmante de alergias producidas por determinados alimentos donde no salen bien parados los frutos secos y, en especial, el cacahuete. El ajo, que han puesto de moda en el mundo los nuevos cocineros españoles y sudamericanos (y de lo que se aprovecha el comercio chino), también sale malparado, así como el negocio avícola (hormonas y hacinamiento); el mundo especulativo de la leche de vaca, y ese bacalao que creemos comer pero que en realidad ya no existe.
España, más expuesta
Se podrían encontrar miles de casos más que contar con mayor o menor dramatismo y rigor, porque el exceso de precios bajos en el que seguimos profundizando cambia radicalmente la forma de producción agrícola y ganadera, vamos, que de seguir en este alocada concentración, se puede asegurar ya que el agricultor que alimentó al hombre desde el neolítico hasta hace pocas fechas, desaparecerá sin remisión. Muy pocos ciudadanos están interesados en conocer el origen y naturaleza de los alimentos que consumen, y menos aún las implicaciones de todo tipo, entre ellas las derivadas para su salud, que tiene elegir uno u otro producto.
Sobre las consecuencias que trae para el vastísimo sector de la alimentación este navegar obligado por Mar de los Sargazos, solo están atentos con alguna disciplina y determinación los europeos, la parte más consciente de Norteamérica y el mundo sajón que aún se reivindica del viejo Imperio británico. Y también España. Pero nuestro país está más expuesto que otros de nuestro entorno. Tenemos una producción hortofructícola enorme y una disparada granja sobre todo de cerdos. Además, tratamos en abundancia con el fruto seco y devoramos el pescado, es decir, estamos más expuestos que muchos al fraude y sin duda, abonados a solventar continuas alarmas sanitarias. O sea, que nos vigilan autoridades comunitarias y otras y somos objeto recurrente de requerimientos, sospechas, informaciones y denuncias por parte de la competencia mundial. Como me comenta un amigo bien versado en estas lides, el sol nos da el mejor vino de Europa y la huerta más temprana, pero también el calor hace que tengamos que tirar en demasía de los antibióticos. He aquí una de nuestras cojeras.