La Europa institucional y política celebra estos días el 60 Aniversario de la firma del Tratado de Roma. Las imágenes, con sus palabras, y hasta las músicas que componen los discursos, destilan tristeza. Se extiende delante del proscenio europeo una pancarta gigante que denuncia lo peor: refugiados, Brexit, un euro en crisis, populismo… Es verdad que se citan los grandes logros: alta prosperidad económica, paz, democracia, etc. pero suena a recapitulación de los viejos triunfos de un gran equipo que embarrancó.
Sin embargo, Europa no es un sueño que acaba en derrota ni mucho menos; es solo una nave golpeada por una brutal tempestad. Pero saldrá de ella. Es cierto que los diez últimos años vienen zurrándola con saña. La recesión de 2008 -que a punto estuvo de laminar al euro- ha arrojado a grandes capas de clases medias y populares al paro, la desprotección y el miedo; ha revelado las dificultades de convivencia con los países del Este -que avanzan alocados hacia el autoritarismo-; ensanchado la brecha económica (y la desconfianza) entre el norte y sur, y dando entrada al populismo y nacionalismo más rancio.
Pero Bruselas, a pesar de todo, a pesar de Berlín, el Brexit y el deshilache generalizado de la clase política europea, resiste. Curiosamente esa burocracia, que tanto se criticó en años pasados (y siempre, habría que convenir), es la que mejor aguanta. Los grandes asuntos: unión económica, monetaria y bancaria, la tecnológica, energética, etc., se ralentizan o duermen en los cajones de la Comisión hasta mejor momento. Pero las pequeñas tareas, no; son como carreras de hormigas que, al cabo del tiempo, acaban por llenar enormes despensas de directivas, normas, subvenciones, becas, ayudas, inspecciones, avisos y presencias. Esa cara b de Europa nunca ha dejado de sonar y las lianas que han venido trenzándose entre los respectivos países no han dejado de ser utilizadas por millones de comunitarios: la libertad de movimientos -pues no existen fronteras- y las becas erasmus, por ejemplo, son algo así como un milagro: una red de intangibles que crea cada día más ciudadanos de Europa.
Claro que todo puede saltar por los aires un día. La historia ha demostrado que los mismos labios que provocan el beso más dulce, pueden abrirse como la persiana que esconde las fauces de la fiera. Pero ahora no va a ocurrir nada parecido. Le está viendo las orejas al lobo del populismo nacionalista y pondrá compuertas. Si Francia y Alemania contienen a las Furias esta primavera, estaremos a salvo y en condiciones de continuar el camino de la construcción europea. Aunque habremos de despojarnos de algunos estorbos pues, ¿es imprescindible continuar soportando a tanto filofascista como crece en el Este? y redefiniendo algunas políticas clave: ¿va a ser Alemania la única nación que dé asilo? ¿por qué no cambiar las vallas que expulsan siempre por las puertas que se abren y se cierran?
Es cierto que inquieta sobremanera observar los apretones de manos entre Putin y Le Pen, o Trump y Farage. Esas amenazas tan explícitas nos deberían animar a ser aún más europeos.
Sienta bien encontrar una opinión optimista entre las de tantos agoreros.