Dylan: el viento

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Escribo esta nota oyendo canciones de Bob Dylan en Spotify. En este instante suena “Visions of Jhoanna”. Apenas entiendo la letra, el inglés de nuestra generación es penoso, pero siento que esta canción, como tantas otras, hablan de mí, de mi mundo y mis cosas: me tocan, me llegan: emocionan.

Le han concedido el Premio Nobel de Literatura y el mundo del libro culto tirita o hace trizas sus botelleros de whisky con un manotazo de ira desconocida. Ocurrió cuando le otorgaron el Príncipe de Asturias de las Letras a Leonard Cohen en 2011. Entonces el monumental poeta y cantante canadiense vino a España y nos reveló que su guitarra estaba influida por el flamenco y muchos acudimos a los polvorientos y desabastecidos anaqueles de libros de poesía (gracias eternas a Chus Visor) y encontramos en su libro “A mil besos de profundidad” (Visor Poesía), versos como estos: “Si he sido infiel/Espero que sepas que no lo fue contigo”, que es justo lo que ambos artistas americanos pudieran estar diciendo ahora al mundo del canon literario; porque ninguno persiguió sus premios, sino que únicamente se dedicaron a escribir versos y cantarlos durante toda su vida.

La grandeza de Dylan, no obstante, es muy antigua, viene de ese tiempo remoto en el que los poetas eran los reyes de la tierra; después acudieron los filósofos, los astrónomos luego, y más tarde las grandes iglesias para despojarles de todo poder menos el íntimo de sentir y cantar sus emociones. Y en esas continúan.

Dylan era un pobre desarrapado de Minnesota que, atrapado por la guitarra y las palabras de Woody Guthrie, se arrastró hasta Nueva York para que pudieran oírlo en la capital del mundo. Y resultó que lo que pasaba por su cabeza y garabateaban sus dedos era lo que le estaba sucediendo al mundo: una juventud rebelada contra el padre padrone, la opresión económica y la segregación racial que buscaba desesperadamente amar y que la amaran.

Dylan entró entonces de lleno en el latido de pecho del mundo y este lo aupó en volandas hasta la cúspide de las influencias. Porque nadie como Dylan ha hecho llorar y reír a tantas personas en el mundo durante el último medio siglo.

Discuten que el suyo sea un Premio Nobel de Literatura justo porque se trata de un cantante. ¿Y qué más da? Esta opinión seguirá siendo minoritaria y tan poco trotadora como la obra de los que se creen merecedores de tal galardón. En realidad, lo ocurrido con el fallo de la Academia Sueca es que, acaso sin pretenderlo, nos retrotrae a los principios de la imaginación, la fantasía, las supersticiones y las primeras ficciones, o sea, la poesía inicial y sencilla que nació mezclada con la música, porque no existe buena poesía sin ritmo y medida, sin emoción y asombro.

Dylan es todo eso y lo viene disfrutando el mundo desde 1963 cuando grabó The Freewheelin. Pinche ahora en su magnífico teléfono y búsquelo, encontrará joyas como “Blowin’in the Wind”.

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