La terraza de veladores no es más que una prolongación social de la puerta de nuestras casas tradicionales. Nuestros abuelos salían al fresco de la calle en los veranos y curioseaban, conversaban, hacían tareas relajadas y tomaban sus vasos de vino, gaseosa y limonada. Los bares convencionales dieron un paso más allá al sacar sillas de enea al perímetro de sus exiguos locales y, luego, los ayuntamientos dispusieron de plazas, jardines y rinconadas públicas para la instalación de kioscos sencillos donde servir bebidas, aperitivos y fruslerías a sus paisanos que, progresivamente, socializaban en la calle.
En paralelo, las clases pudientes (burguesía) extendían por todo el país sus suntuosos casinos en los que el tabaco, el juego, el negocio, el cachondeo y el sexo oculto hacían que el poderoso o agraciado del momento estirase su ego. La mujer se fue incorporando paulatinamente a este goce del espacio público y con ella los niños, jóvenes y las clases medias, es decir, toda la familia se incorpora al disfrute de la calle.
Esta expansión ciudadana coincide en España con la motorización creciente de nuestras calles y avenidas, la orden es estrechar aceras, dar muerte al inútil bulevar y achatarrar al tranvía allí donde lo hubiera, por antiguo y lento. Las ciudades y grandes poblaciones comienzan a alinearse en las aceras cada día más estrechas e incomodas y a ocupar plazas y recovecos urbanos disponibles de manera abusiva y con escándalo tremendo.
Las ciudades empiezan a estallar y sus vecinos buscan respiro en los escasos parques o bosquecillos próximos disponibles y aquellos que pueden se hacen de una segunda vivienda donde tomar el aire. La terraza se proletariza tanto que expulsa a ricos, industriales, profesionales y a “no poca gente sensible”, que dijo Juan Benet. Crecen entonces las terrazas exclusivas, se recuperan algunos patios y jardines interiores de antiguos edificios del XIX y principios del XX, y pronto grandes fincas, obsoletas, pero con buena situación en los cascos urbanos, son transformadas en tiendas de lujo y hoteles donde se instalan fabulosos espacios exclusivos al aire y al sol.
Pero no son suficientes para tanta demanda, esnobismo y caprichos. Y así aparecen los piratas de Raynair, o Easyjet, Norwergian, Transavia… que ofrecen viajes ida y vuelta por menos de 50€ a cualquier ciudad de Europa que imaginemos a tanto moderno estresado o joven tocado por el agobio patrio.
La ley antitabaco, que prohibió fumar en todo lugar público y centro de trabajo, la crisis económica tan terrible, luego, y unos ayuntamientos endeudados hasta el límite de la quiebra hicieron proliferar políticas ultra liberales que vieron en las golosas tasas de las terrazas (como en las multas de tráfico) la manera más rápida de paliar la desaparición del momio que le entraba por las licencias de construcción de vivienda y varios en la etapa de la burbuja.
Es en este momento cuando revientan gran parte de las retículas urbanas. Todo bar, restaurante, merendero, chiscón, instalación de venta provisional u ocasional negocio de feria extiende a su alrededor mesas y sillas como si la ciudad toda fuera un inmenso cine de verano.
El resultado de esta desmesura es que la mierda del frito, en general, se confunde con el olor de la plancha de hamburguesa chorreona y ese plástico rojizo y húmedo que llamamos tomate y acompañamos del tinto de verano que no logramos vender en oriente a granel y esa cerveza de cuarenta céntimos.
Nuestras ciudades, y en especial sus centros urbanos y cascos antiguos, como el caso de Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y tantas otras poblaciones han transformado sus calles y plazas en impracticables, boscosos, malolientes y horripilantes espacios para comida basura, ruido y la pachanga.
¿No existe otra forma de ordenar y disfrutar del espacio público? Claro que sí. El sabio urbanista danés Jan Gehl, por ejemplo, tiene recetas para casi todos los alcaldes del mundo con graves carencias. El problema, explica, es que los ediles cada día deciden menos sobre el destino de sus ciudades. Son más determinantes, digo yo, los fondos de inversión que apoyan a aquellos empresarios que solo ven la ciudad como una fuente de ganar dinero. El establo al aire libre, por lo que vamos observando, debe de ser bastante rentable.
TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.