Al término de la cena del viernes 15, el móvil escupe una gran noticia: golpe militar en Turquía. El titular estremece aunque no sorprende en absoluto pues en aquellas tierras donde los militares abusan de su prosapia ocurren estas ferocidades, incluso ahora.
Felizmente la mañana te dice que todo se fue al garete, que los golpistas perdieron, que el gobierno turco se hizo con el control del país. Y cambia todo. Las noticias son palomas de nuevo y nos tranquilizan. Pero, ¿debemos estar tranquilos? En absoluto, la noche del viernes el lobo no pudo arruinar al ovejero pero este no logro acabar con él, sencillamente la fiera desistió al no poder hacerse con el redil.
¿Qué ocurre? A partir de ahora nos darán miles de explicaciones pero a pocos importarán pues, al fin y al cabo, casi nada ocurrió en Turquía, solo un puñado de muertos, solo algunos más que los que cosecharon los islamistas asesinos tras el aplastamiento humano de Niza. Así vamos domesticando la conciencia de Europa, pasando página tras cada catástrofe y convirtiéndonos en unos buenos europeos resilientes.
Porque nuestro gran descubrimiento de los últimos años se llama aguantar, sufrir y superar como viejos legionarios romanos (y antiguos cartujos) el ametrallamiento diario que nos trae este tiempo. Caminamos despojándonos cada día de algo: la vivienda, el empleo, el goce… rogando que mañana todo sea algo mejor, pues no en vano la esperanza (y la resiliencia) del occidental viene siendo su mejor escudo durante los últimos dos siglos.
El hombre del momento, sin embargo, nunca pudo pensar que la muerte hubiera podido pasar su guadaña por el paseo marítimo de una de las ciudades más burguesas y felices del mundo. Niza no fue hoyada por ninguna de las grandes guerras modernas, pero si por esta nueva e imprevisible metralla.
Cuando ocurren catástrofes como las que referimos siempre nos llama al oído alguien que pregunta quién hay detrás. A quién beneficia tanta muerte y desasosiegos colectivos. Los responsables de todo -si es que alguna vez son conocidos- aparecen mucho más tarde que sus víctimas, sin embargo es palpable que en esta ocasión vienen a comerse nuestra libertad.
En ese juego dramático nos coloca la historia: o somos obedientes y resilientes, o alguien vendrá a remediarlo. Los militares turcos se parecen a los egipcios de Al Sisi como una gota de agua a otra. Erdogan y su régimen los pararon, pero ¿detendrán una nueva embestida, o acaso será definitiva la que ellos emprendan simulando detener este espanto?.