«La estelada es facciosa porque representa a una facción de la ciudadanía.
Es antinacional porque se pretende opuesta al símbolo catalán por excelencia, la senyera (…) pero las personas que la llevan (…) merecen todos los respetos». Xavier Vidal-Folch.
Los partidos extremos y los nacionalistas son grandes amantes de las banderas. Con ellas en movimiento celebran y atacan con un único golpe de muñeca. Son baratas, fáciles de fabricar y se transportan de un confín a otro en un santiamén. Los catalanes de la estelada habían dispuesto de hasta 10.000 enseñas escocesas por si acaso el gobierno de Madrid les impedía agitar la suya en el estadio madrileño del Atlético de Madrid donde se jugó ayer noche la final de la copa del rey (Barça-Sevilla). Las banderas -como vamos comprobando- también son intercambiables: la independentista escocesa tendría los mismos efectos (o puede que más) que la estelada inundando las gradas del Calderón.
Claro que las banderas, aunque no lo admitan sus fans, tienen algunos problemas. El principal es su utilización frecuente para negar o aplastar al contrario y obtener con ello ventajas sobre él. En el caso que tratamos, lo que ha pretendido el gobierno extremo de Madrid es llamar la atención de su electorado (cohesionarlo) al negar la bandera del adversario separatista. Cuando le permite a la Delegada del Gobierno de Madrid que prohíba su entrada en el campo (luego manifiesta que la españolísima y muy piadosa señora Dancausa tomó la decisión por su cuenta ¡ja!), sabía que daría un magnífico regalo al nacionalismo separatista catalán. Pero eso importa menos al PP, lo relevante ahora es ir echando votos al zurrón ante la cita de junio. Y sabía también que un ucase tan disparatado como la prohibición sería tumbado por el juez. Así pues, si la exhibición catalanista y separatista de anoche hubiera alcanzado a ser atronadora, habría manifestado que el gobierno intentó evitarla. El marrón entonces se lo hubiera comido el juez, mientras Dancausa saldría en procesión.
Este es un ejemplo de libro de hasta dónde llega la irresponsabilidad del político en la búsqueda del voto. Porque rompen tanto España los que se quieren separar de ella como las maneras de quienes intentan impedirlo a toda costa. Es un lugar común admitido por todo el que tiene dos dedos de frente que el último PP ha hecho crecer el independentismo catalán tanto como la Asamblea Nacional de Cataluña. Y todo por mantener fiel un voto rojigualda que le ayude a ganar o mantenerse en la Moncloa.
Pensábamos algunos que esta llamada segunda vuelta electoral podría ser utilizada por los partidos para hablar de cosas serias como el paro, el tobogán por el que se precipita la Seguridad Social o los temas urgentes que debemos plantear en Bruselas. Pero no, todo empieza como casi siempre: agitando banderas y removiendo agravios nacionales. Más les valdría a los contendientes que repararan en las palabras (y el vasto conocimiento) del profesor Conde-Ruiz sobre la deriva de nuestra Seguridad Social: «España -escribe- será el país más envejecido de Europa en unas décadas. El espectacular aumento de la esperanza de vida combinado con una de las menores tasas de fecundidad del mundo provocará que cuando se jubile la generación del baby boom, tengamos un jubilado por cada 1,3 personas en edad de trabajar (…). La insoportable tasa de paro, la precarización salarial y el despilfarro en la política de bonificaciones a la contratación han lastrado los ingresos. Se ha comido rápidamente más de la mitad del Fondo de Reserva…».
¿Seguimos hablando de banderas?