Rezar con una Guinness en la mano

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz

 

Teresa Muñiz
Teresa Muñiz

Este año 2016 trae una Semana Santa tan temprana que casi coincide con las fiestas irlandesas en honor de San Patricio, su patrón, el 17 de marzo. Unos amigos que tienen a los chicos intentando hacerse con el inglés por aquellas tierras tan ventosas como católicas, me cuentan que Dublín se echa a la calle de tal forma que toda la ciudad semeja a un gigantesco maratón en marcha.
Es la celebración popular y religiosa más regada de alcohol del mundo y, singularmente, de cerveza Guinness, su otro Dios después del que está en el cielo. Relatan que los curas se mezclan con las gentes como si fueran unos tipos cualquiera y al patrón San Patricio se le saluda entre eructos. Aseguran que es la manera más desenfadada que han conocido de relacionarse con Dios un pueblo católico, “a su lado los sevillanos son unos recatados capillitas”.
Porque en España este encuentro con el altísimo y su cohorte de santos siempre ha sido muy respetuoso y severo. Si bien es verdad que en las iglesias irlandesas aún se exige a las mujeres ir tocadas con velo para entrar, no se recuerda el siglo en que se permitió la entrada de gaitas, violines y flautas. Pero la verdadera diferencia se encuentra en cómo se come y se bebe por San Patricio y en nuestra Semana Santa.
Allí la tradición culinaria llega siempre bautizada con varios barriles de Guinness: mejillones en salsa de cerveza Guinness, estofado de ternera con cerveza Guinness, pastel de manzana con cerveza Guinness… y así. Por nuestros pagos las costumbres eran más severas y los goces de la mesa casi siempre llegaban viudos: patatas viudas, sopas de ajo (sin picada de jamón, ojo), potaje de garbanzos, sancocho canario, torrijas…
Es cierto que estos ritos culinarios, sin más adornos que el esparto, fueron quedando atrás sepultados por la alegría de la libertad y la democracia, aunque algunos de sus símbolos cimeros han quedado tan encastrados a la costumbre como el trilobites a su piedra. La torrija, por ejemplo, la encontramos por estas fechas desde los bares de carretera (los japoneses las fotografían como a novias del asperón) hasta en el postre que sirve Ruscadellla en San Pol de Mar. Y los pestiños también.
Hace unos años nos llegaban de las poblaciones serranas más celebradas que escaparon de la nobleza levantina, tan refinada como dañina, y más tarde del espadón de Juan de Austria, o sea, esas ciudades y villas que van desde Loja hasta Burriana. Pero hoy los chinos han aprendido la receta y en las miles de franquicias de bollerías y azúcar te dan cinco piezas por un euro. El potaje de garbanzos se recomienda en centenares de restaurantes y un cierto pudor indica al camarero que no debe de insistir ofertando el chuletón estos días.
Ahí quedó todo. La Semana Santa de bulas pagadas por el rico para darse a las cuchipandas que le petaran y de prostíbulos tabicados acabó hace décadas. Ahora casi todo se queda en una exhibición creciente de imágenes por las calles y un rum rum de espectáculo de sacristía carente de la más minina gracia.
Ni se ha impuesto la sensualidad y la guasita de Sevilla, ni la severidad barroca castellana. Pero acaso sea porque la iglesia católica está corta de presencia e influencia pública, lo cierto es que cada año aparecen más imágenes a procesionar. ¡Hasta se anuncia por televisión la Semana Santa de El Ferrol y Viveiro!
Parece que esta es la penúltima oportunidad que tiene la iglesia para rozarse con la gente. Porque lleva bastante tiempo perfumándose con el olor de la secta: huraña, escondida y faltona. La conjunción de espectáculo y negocio que genera (algunas devociones habrá también, claro) lleva a autoridades, empresarios y folclóricos a apoyarla sin fisuras y los curas de esta manera tienen su momentos de gloria anual.
Claro que como sin querer también nosotros nos hemos ido convirtiendo un poco en irlandeses: bares y cafeterías linderos con los pasos de los cofrades hacen las cajas más boyantes del año. Solo falta que el tiempo acompañe porque el acopio de tapas y cervezas que hacen es superior al de los días de feria local. Por ejemplo, en el bar El Altozano de Triana puede que hayan previsto media tonelada de carne picada con la que preparar sus albóndigas para el delirio y otro tanto para las carrilleras más celebradas al otro lado del río.
Es que la Esperanza de Triana y el Cachorro dan un hambre …

Teresa-Muñiz3-150x150TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.

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