Los payasos, clowns, los reyes de la farsa son siempre necesarios y en momentos de confusión, duros y de mudanza a Dios sabe dónde, aún más. En etapas bonancibles de crecimiento económico, que traen alegrías y chanzas, se nos olvida convocarlos. Su espacio lo ocupan los humoristas, el deporte, la comedia y el cine de acción.
Ese fue el tiempo que concluyó en 2008. Durante varios años nos olvidamos de Charlie Rivel y el enorme payaso terminó por morir. Navegamos los españoles, pues, por la charca de la crisis ayunos de su magia y desprotegidos del paraguas de su imaginación que nos hacía reír, volar, soñar y hasta llorar.
España es rica en humoristas y pobrísima en payasos que nos ayuden a comprender la tragedia y superarla. En nuestro país son muy raras películas como La Vida es Bella, de Roberto Benigni, en la que las bombas reales son lluvias de flores reales y las marchas militares, competiciones deportivas. La oposición a la dictadura de Franco trajo algunos, pero terminaron por deshacerse. Albert Boadella se hizo del sistema y Fernando Arrabal se deslizó por una excentricidad poco inteligible.
No ocurre de igual manera en naciones como Inglaterra, Francia y, sobre todo, Italia. Nuestros grandes amigos tienen la suerte de vivir en una bota que bien parece la chistera de un ilusionista. Nunca dejaron de hacer teatro, impulsados por el único afán de alcanzar la belleza a fuerza de inspiración y rupturas: versos, música, pintura, arquitectura, paisajismo, artesanía, moda, tecnología, deporte… Y todo ello vigilado por la crítica y la farsa, esa manera de morder que tienen los artistas que menos gusta a los poderosos, que ni siquiera los papas y los dictadores lograron extirpar de Italia.
Su Nobel más divertido y tremendo, Dario Fo, aún sigue latigando. A sus 90 años hace promoción de su última novela Hay un rey loco en Dinamarca y continúa trabajando como un poseso porque “he entendido que tengo que dar ejemplo, que es necesario participar, estar presente”. Y desde esa determinación advierte que “un pueblo que no tiene cultura, que no tiene tradiciones, que no tiene historia es un pueblo vacío”. Y más: “La izquierda se ha casado estúpidamente con el poder. Ante el dilema de tener o no poder decidió irse a la cama con el dueño”. ¿Hay salida entonces? Sí, “dar la cara, hablar públicamente contra la política del poder, apostar por la cultura”.
Me temo que lo único que preocupa a la «cultura» es el tipo del IVA para ver si es posible dejarlo en CERO y lo demás, márgenes sobre precios, cachés, etc. acomodaros al alza beneficiándose de esa reducción y que se incremente la subvención de los PGE y el resto … pues eso mismo, bueno para los discursos. Bien se dice, otro mundo éste de aquí