La buena cocina y las grandes marcas siempre fueron algo más que la preparación de platos suculentos y deliciosos o la fuerza que ancla iconos indelebles en nuestra memoria. Fueron, como el Barça, algo más. O mucho más.
En estos tiempos de crisis y rupturas, –cuando todo parece que trastabilla,‐ la cocina se mantiene firme, –abierta y creativa‐ como nunca; da la impresión de fortaleza y transmite la certeza del que busca un destino cierto.
Ya lo hemos reflejado en algunos otros comentarios aquí: los cocineros estrella parece que quisieran ocupar el sitial del intelectual y el visionario. Aunque, más allá de excesos chirriantes (o hilarantes), lo cierto es que su creatividad siempre en danza no deja de proporcionar noticias.
Desde hace unos días, los hermanos Roca ‐ese trío tenor de la alta cocina mundial, a menudo en demostraciones (clases magistrales) por todo el globo y siempre con su cocina‐laboratorio a revienta calderas, se asoman a las televisiones y encaraman a las redes para responder a la pregunta: ¿A qué sabe Cataluña?.
Precisamente ahora cuando desde la tierra de Verdaguer nos llega un doloroso desapego de mudanza (y huida también), aparecen los Roca de la mano de la Agencia Catalana de Turismo para recordarnos que el viejo Condado “sabe a su paisaje, a sofrito y picada; a mar y montañas; que es salado y dulce”. Y recuerdan aquello que ya proclamara el extensísimo Josep Plá: “La cocina es el paisaje llevado a la cazuela”.
O sea, que las palabras de los Roca nos traen una Cataluña de lo más normal, un territorio que también pudiera ser Valencia y hasta la misma Andalucía, una Cataluña tan sencilla como su pan amb tumaca, los cargols a la llauna o el suquet de peix.
¿Y para recordar aquello que ya tenemos de sobra grabado en nuestro disco duro para la eternidad es necesario contratar a los reyes de Can Roca? Claro que no. Lo que pretende el gobierno de Cataluña, a través del éxito de los hermanos, es disimular entre sus cacerolas de excepción la existencia de un país turbado, que se siente inseguro con el simple batir de las alas de su paisaje y su historia tan extraordinaria como normal.
Más hermosa es la aventura creativa –por valiente y arriesgada‐ que llevan adelante los remeros de la marca de vodka Absolut. Pretenden restilar su botella, –icono cimero de la cultura pop que vino de la mano de personajes únicos como Warhol, Basquiat o Haring‐. Para ello han llamado a pensar a varios artistas de la pintura y el diseño punteros del momento.
Pasadas varias décadas de imparable crecimiento en ventas, conocimiento y reputación de este vodka, se atreven a realizar una mudanza porque saben que es la única manera de permanecer en el cajón de los campeones de las marcas que dominan y definen nuestro mundo, arrastrado por el comercio y el consumo.
Se trata de cambiar todo mudando solo la cáscara. Ahí aparece el éxito, en la apariencia, en el continente que tanto sedujo (y exprimió de manera tan exhaustiva) el gran Umberto Eco, recientemente fallecido para luto de la inteligencia que busca entender nuestro presente en directo.
TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.