Pena de telediario

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La infanta Cristina de Borbón será al fin juzgada por la Audiencia de Palma de Mallorca tras ser acusada de cooperadora necesaria en la comisión de dos delitos fiscales. Los recursos para sacarla del banquillo de la Fiscalía y la Abogacía del Estado, instancias jerárquicas con dependencia del Gobierno, no han prosperado. Así escrito, todo parece normal y hasta razonable. Pero nada de lo ocurrido hasta el momento, dentro y fuera de la instrucción y juicio oral ahora del llamado Caso Noos, ha sido normal.

Desde el primer momento en que el juez Castro abrió diligencias sobre unas actividades empresariales más bien turbias de Iñaki Urdangarin y su socio, se puso un ojo sobre las andanzas del entonces Duque de Palma y, pronto, sobre el grado de complicidad en ellas de su esposa, la infanta Cristina. Pero el otro ojo, el resto de los sentidos y la atención más extrema se dirigieron hacia la Zarzuela: hasta los pasos dados en esta secuencia presuntamente delictiva por el rey emérito don Juan Carlos.

Han sido unos años en los que se ha puesto en solfa la integridad moral del rey padre y hasta se ha intentado poner en cuarentena la monarquía y su función. Todo se ha producido con tal desmesura de medios (y no solo de medios de comunicación) que el rey hubo de abdicar a causa de esta ordalía y algunos errores de bulto más de su parte.

Hoy el rey Felipe VI, hermano de Cristina, se desentiende de la suerte judicial de la infanta e insiste en que renuncie a sus derechos dinásticos. La gran mayoría observa grandeza en esta actitud pero continúa sospechando que, al cabo, termine absuelta porque, de una u otra forma, «todo el mundo la ha condenado ya».

La decisión de las tres magistradas de la sala que le hacen pasar por la vista como acusada contradice, sin embargo, esa sospecha generalizada de favoritismo. Pero ésta desaparecerá, o no, solo cuando se conozca el fallo judicial de la Audiencia y, luego, del Supremo; porque este fallo será elevado hasta la última instancia judicial con toda seguridad, ya sea por la acusación o por la defensa de la infanta.

A partir de ahora lo que se espera con especial impaciencia (aparte del fisgoneo de las teles sobre la cara, con sus gestos, y pasos de la infanta) es el fallo de las juezas. También aquí la justicia se juega un buen jalón de su crédito. La mayoría no entenderá una absolución o una condena raquítica. Y si la condena resulta ser un palmetazo de entidad, los más agresivos, esos que dominan redes, los titulares y acaparan los réditos de la furia, se atribuirán todo el mérito.

España asiste complacida y partícipe (y también ora asombrada, ora embelesada) en los últimos tiempos a la cacería del malo rico y el político enlodado, a través de la televisión y el resto de medios de comunicación. Son innumerables los especialistas que hablan de las penas de telediario como las más crueles que padecen los presuntos delincuentes. Incluso proliferaran los abogados que confiesan como sus clientes conocidos solo descansan «cuando están en la cárcel».

Las sociedades occidentales, a fuer de razón y ley, superamos los juicios y ajusticiamientos públicos. Hoy de nuevo participamos en ellos a través de la televisión. A Cristina de Borbón y otros famosos les aguarda cumplir todavía numerosas condenas de telediario. Al cabo, ella y otros pudieran terminar absueltos o con penas menores. En ese supuesto todo interesará bastante menos: poca chicha para alimentar el espectáculo.

Un comentario en «Pena de telediario»

  1. Ruego al autor de la entrada que haga memoria y recuerde que ese mismo «telediario» fue, durante muchas décadas, una extraordinaria promoción política para estas personas.

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